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Academia Sociedad Vida

Lo que nos falta por conocer del «bosque» de la UdeA

22/06/2022
Por: Carlos Olimpo Restrepo S. - Periodista

Dos investigadores de Gestión Ambiental de la División de Infraestructura de la institución, trabajan en una iniciativa para conocer cuánto carbono secuestra la parte subterránea del ecosistema urbano de la Ciudad Universitaria y su contribución ambiental al Valle de Aburrá, que puede ser mayor que el calculado hasta ahora. En el Día Mundial del Medio Ambiente mostramos uno de los tantos aportes que la Alma Máter hace al planeta. 

Las dos ceibas que se encuentran en el costado norte de la plazoleta Fernando Barrientos fueron sembradas cuando la Ciudad Universitaria estaba en construcción. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA/ Alejandra Uribe

De las casi 24 hectáreas de la Ciudad Universitaria de la UdeA, 10.3 son zonas verdes que se encuentran en el corazón de un corredor ecológico destacado de Medellín, que va desde el Jardín Botánico al cerro El Volador
, y que también comprende el Parque Norte, el campus El Volador —de la Universidad Nacional— y la sede Robledo de la Alma Máter. 

Solo en Ciudad Universitaria hay 2644 individuos (árboles y arbustos) inventariados de 248 especies y entre ellas algunas amenazadas o vulnerables, como comino crespo (Aniba perutilis), dividivi (Caesalpinia coriaria), abarco (Cariniana pyriformis), guayacán real (Guaiacum officinale), cativo (Prioria copaifera), jagua (Genipa americana), carbonero de Medellín (Calliandra medellinensis), caucho de Pará (Hevea brasiliensis), achiote (Bixa orellana) y cacao (Theobroma cacao). También se destacan un piñón de oreja (Enterolobium cyclocarpum), árbol nativo emblemático, o dos ceibas (Ceiba pentandra), sembrados durante la construcción del campus, hace 54 años. 

Este inventario da cuenta de una riqueza natural visible, que esconde, además, otras ventajas para el ecosistema urbano: sirve de hábitat a 12 especies de mamíferos (como el tití gris y la zarigüeya) y a cerca de 70 especies de aves (entre locales y migratorias).  
 

Le puede interesar: «Una guía para conocer y proteger los mamíferos de la UdeA» 

Pero, además, este arbolado contribuye a la absorción de dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera en el Valle de Aburrá, lo cual es visible por el crecimiento exterior de las plantas, aunque ahora se sabe también que en el suelo estos seres vivos igualmente realizan una tarea similar, aunque es poco conocida. 

Y a eso le apuntan los profesores Juan Felipe Blanco Libreros, del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, y Juan Camilo Villegas, de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería, quienes adelantan una investigación sobre la integración de carbono al suelo con la descomposición del material vegetal de los árboles en el campus.  

Para la parte externa o aérea de los árboles, esto se logra mediante la medición periódica de altura y grosor del tronco, mientras que para el suelo se mide la cantidad de hojarasca que cae a la superficie y el crecimiento de raíces. También se estima la transferencia de carbono a los animales, hongos y otros microorganismos mediante el proceso de descomposición y, de esta manera, se establece cuánto carbono se absorbe en el corto y largo plazo. 

«En la Escuela Ambiental y en el grupo Aliados con el Planeta llevamos alrededor de 10 años midiendo el crecimiento de los árboles de la Ciudad Universitaria. Esto es muy importante porque ese aumento representa carbono sacado de la atmósfera y guardado ahí como biomasa, esto es, como madera, hojas, raíces, etc.», indicó Villegas. 

Estas mediciones llevaron a establecer que este arbolado urbano es altamente eficiente en la absorción de dióxido de carbono (CO2), pues, en promedio, cada árbol captura alrededor de 0.15 toneladas de carbono por año, es decir, 396.6 toneladas entre todos los especímenes del campus. Y eso que hasta ahora las mediciones hechas en la UdeA solo incluyen el material vegetal arbóreo que está por encima del suelo. 

«Este arbolado urbano funciona, en el área que está, parecido, en términos de absorción de carbono, a un bosque natural de una tierra similar, y este de acá es menos denso que un bosque natural», explicó Villegas, al indicar que esta fue la conclusión principal de una tesis de grado reciente.  

«Esto se hizo en comparación con un área similar a la de Ciudad Universitaria, es decir, de 24 hectáreas sin espacios duros, como plazoletas, vías y bloques, y con mayor concentración de árboles», agregó el profesor Blanco. 
 

Mirar abajo 

Los investigadores consideran que la mayoría de las personas ven el suelo solo como el lugar donde están «parados» los árboles y no como el soporte biológico, físico y químico, vital para el funcionamiento de cualquier ecosistema. 

«No hemos abordado el microecosistema del campus que está en el suelo, es decir, por debajo de la superficie. Es una oportunidad muy importante porque las zonas verdes son más que adorno, el suelo está vivo, la hojarasca no es basura, es un universo», explicó Juan Felipe Blanco, a quien se le ocurrió la idea de echar una mirada al mundo oculto ante nuestros ojos. 

El investigador agregó que «la pandemia me dio la oportunidad de pensar en prácticas académicas que pudiéramos hacer en la casa o en la Ciudad Universitaria cuando volviéramos, teniendo en cuenta las dificultades económicas para las salidas de campo o las condiciones de orden público en algunas zonas, para poder hacer observaciones de procesos que difícilmente se pueden hacer en un trabajo de campo con poco tiempo de duración». 

El docente aseguró que este tipo de estudio sobre el suelo está descuidado en el mundo y por eso lo propuso para el espacio universitario, de tal manera que esto sirva  para articular docencia, investigación y extensión en el campus, «porque ahí está una parte muy importante de la biodiversidad que desconocemos». 
 

Algunas plantas pequeñas que crecen por debajo de los árboles de la Universidad sirven para camuflar el hogar de especies como la zarigüeya, uno de los mamíferos que frecuenta el campus. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA/ Alejandra Uribe

«El proyecto sobre el suelo es muy importante porque nos va a dar una información de lo que realmente hay allá: sus características físicas, químicas y biológicas, nos va a decir cómo están de nutrientes, cuáles son sus requerimientos, nos va a ayudar para conocer más de nuestra vegetación; por eso es importante que trabajemos con la academia, porque nos dan datos que nosotros no tenemos», dijo Ana Mercedes Montoya, líder del Proceso de Gestión Ambiental de la División de Infraestructura Física. 

Estos científicos están seguros de que los estudios sobre este suelo urbano generarán un conocimiento muy importante, no solo para el ecosistema de la Ciudad Universitaria, sino también para el país. 
 

Un verde con mucho trabajo detrás 

En años recientes la tendencia con las zonas verdes de la Universidad de Antioquia es convertirlas en «jardines funcionales», es decir, que tengan especies vegetales más atractivas para aves e insectos polinizadores, a la vez que sirvan de ornato. 

También se ha incrementado el reciclaje del material vegetal. Para eso se hace todos los días un proceso de recolección de hojas y hojarasca, para someterlas a compostaje y, de esta manera, entren a un sistema circular natural, que en un tiempo de entre 45 y 60 días produce un compost que ayuda al sostenimiento de las zonas verdes. 

De esto se encarga el personal del Proceso de Gestión Ambiental de la División de Infraestructura Física de la Universidad, que coordina las actividades de mantenimiento de las zonas verdes, entre ellas la siembra y el recambio con especies preferiblemente nativas, en reemplazo de las que desaparecen por el ciclo natural o por fenómenos como tormentas. 

Para apoyar el sostenimiento y conservación del patrimonio natural del campus, el ingeniero forestal Gustavo Ríos, que hace parte de este equipo, recomendó abstenerse de sembrar plantas en los espacios verdes de la Universidad. También hizo un llamado para que las personas no se lleven plantas, así como tampoco amarrar bicicletas en los troncos de los árboles, en especial en los más delgados, ni arrojar elementos a sus ramas. 

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