La educación matemática: vital para formar pensadores, no calculadoras
La educación matemática: vital para formar pensadores, no calculadoras
«Cuando los estudiantes descubran en el aprendizaje que las matemáticas los empoderan para comprender su realidad, cuestionarla y transformarla, la prevención y el rechazo hacia la disciplina se convertirán en curiosidad y fascinación. Comprenderán que las matemáticas no son un laberinto de reglas incomprensibles, sino un pasaporte hacia la libertad intelectual».
En diversos contextos sociales, especialmente entre grupos estudiantiles, emerge una pregunta tan incómoda como reveladora: ¿para qué sirven las matemáticas? Mientras algunos las perciben como una disciplina abstracta y carente de utilidad práctica, reducida a un simple requisito académico, otros reconocen su valor en el desarrollo del razonamiento lógico, las habilidades intelectuales y la capacidad para resolver problemas concretos.
Esta controversia no es casual: revela una incomprensión profunda y persistente del propósito educativo de las matemáticas. Tal desconocimiento ha distorsionado, en la práctica, el sentido formativo de esta ciencia, convirtiendo a generaciones de estudiantes en víctimas de una experiencia frustrante y desafortunada, como consecuencia directa de enfoques pedagógicos y estrategias didácticas inadecuadas, que han desviado a las matemáticas de su verdadero potencial formativo para comprender y transformar el mundo.
Es innegable —y preocupante— que muchos asocien las matemáticas escolares con frustración y ansiedad. Pero no nos equivoquemos: el problema no reside en los estudiantes, sino en cómo viven los procesos formalizados de aprendizaje. Currículos fragmentados y desvinculados de problemas reales; cursos saturados de conceptos abstractos y fórmulas vacías sin conexión con el mundo tangible; docentes que repiten sin convicción ni pasión que «esto les servirá algún día». Todo ello ha perpetuando un mito dañino: que las matemáticas son un territorio reservado para mentes «privilegiadas», un laberinto oscuro solo accesible para unos pocos «iluminados». Nada más alejado de la verdad. Las dificultades no surgen de limitaciones intelectuales de los estudiantes, sino de una práctica educativa que confunde el propósito de la matemática en la educación, rigurosidad con autoritarismo, disciplina con memorización mecánica y aprendizaje con obediencia.
Las matemáticas, en su esencia, son mucho más que números, más que objetos abstractos, procedimientos ininteligibles o algoritmos perversos para la manipulación social. Constituye, en la práctica, un lenguaje para representar y modelar objetos, relaciones, atributos y procesos reales; herramientas para descubrir patrones en un mundo regido por datos, y un puente entre el pensamiento abstracto, la imaginación y los desafíos concretos que enfrentamos al resolver problemas en la vida cotidiana.
Imaginemos una educación en la que no solo se aprende a resolver ecuaciones o problemas formales, sino que se fomente la construcción de modelos matemáticos que permitan interpretar la realidad, analizarla y diseñar propuestas concretas para responder a necesidades humanas. Una matemática útil, presente en la vida moderna: desde el diseño de viviendas sostenibles hasta sistemas óptimos de energía limpia; desde la formulación de políticas públicas informadas por datos estadísticos fríos que evidencian desigualdades, para generar oportunidades a grupos sociales discriminados, hasta la creación de tecnologías que superen limitaciones humanas, concreción de aspiraciones humanas legitimas y dignas que promuevan mayor bienestar colectivo.
Una matemática viva, en diálogo con la ética, la ecología, la economía, la ciencia, la tecnología, capaz de transformar datos y objetos abstractos en acciones con sentido. Para lograrlo, se requiere una transformación profunda de los procesos de enseñanza y aprendizaje de las matemáticas. Una práctica educativa que articule tres dimensiones: Una dimensión ética, que forme ciudadanos comprometidos con el rigor, la honestidad intelectual y las normas. Una dimensión intelectual, orientada al desarrollo de habilidades críticas, analíticas y creativas para abordar problemas complejos. Y una dimensión pragmática, que dote de herramientas para comprender la ciencia y la tecnología, y aplicar ese conocimiento en la innovación y la transformación social.
No se trata de reducir y simplificar contenidos, sino de contextualizarlos y dotarlos de sentido y utilidad para los estudiantes, promoviendo experiencias de aprendizaje activas y significativas que les permitan comprender, aplicar y valorar las matemáticas como un conocimiento útil para resolver problemas reales y desarrollar habilidades de pensamiento analítico, crítico y creativo.
El cambio es urgente. Requiere un currículo renovado y docentes formados como guías, diseñadores de experiencias significativas de aprendizaje —no como jueces—, capaces de convertir el ambiente de aprendizaje en un espacio de descubrimiento, crecimiento personal y desarrollo de competencias. Docentes que, en lugar de exigir memorización, inspiren la curiosidad, el cuestionamiento y la conexión entre lo abstracto y lo cotidiano.
Cuando los estudiantes descubran en el aprendizaje que las matemáticas los empoderan para comprender su realidad, cuestionarla y transformarla, la prevención y el rechazo hacia la disciplina se convertirán en curiosidad y fascinación. Comprenderán que las matemáticas no son un laberinto de reglas incomprensibles, sino un pasaporte hacia la libertad intelectual, una herramienta para tomar decisiones informadas, desafiar dogmas con argumentos válidos y afrontar la incertidumbre con confianza.
La verdadera revolución educativa no reside en pantallas digitales ni en algoritmos de moda. Está en el abordaje de la esencia y utilidad de las matemáticas en la vida moderna, su poder para formar pensadores audaces, ciudadanos críticos y constructores de futuro. El momento es ahora: o las convertimos en un conocimiento significativo y medio para el desarrollo de autonomía intelectual, o seguiremos condenando a generaciones a repetir, sin comprender, reglas de un juego artificioso de operaciones que aprenden para presentar exámenes.
Una iniciativa orientada en esta dirección fue discutida en el Comité de Currículo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia durante el proceso de transformación curricular en 2002. Sin embargo, fue abortada por una administración que desestimó el valor real de dicha transformación en la formación matemática de los futuros ingenieros. Esta propuesta quedó registrada fielmente en un documento elaborado por el profesor Carlos Mario Sierra Duque, del programa Ingeniería de Sistemas.
La matemática, en esencia, es un medio y un fin en la formación de los humanos modernos: permite el desarrollo de habilidades intelectuales superiores para razonar con claridad, actuar con menor incertidumbre, tomar decisiones informadas, cuestionar lo establecido con argumentos verificables y validables, y crear mejores soluciones a los problemas de la humanidad. No puede seguir siendo una cárcel de fórmulas descontextualizadas. Debe ser un conocimiento esencial en la formación, y una herramienta para la acción transformadora.
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