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Ciencia Sociedad

Las batallas ganadas del cannabis

13/10/2021
Por: Johansson Cruz Lopera - Periodista

El cannabis es una mata de amores y odios. En Colombia la primera prohibición que tuvo fue en 1939 y solo hasta el segundo lustro de la década del 2010 comenzó a ganar terreno para su uso médico y científico. Se estima que su crecimiento como industria tendrá un impacto positivo en la economía del país y la salud de muchos colombianos. 

El pasado 23 de julio de 2021 el gobierno del presidente Iván Duque firmó el decreto 811 de 2021, que reglamenta el acceso seguro e informado al uso del cannabis y de la planta de cannabis. Foto: tomada de Pixabay
 

De repente, mientras dormía, Otto levantó su brazo y comenzó a balbucear palabras durante algunos segundos. No gritó. Luego continuó su sueño, como si nada hubiera pasado. Laura, su mamá, lo miró con asombro, pero no le prestó mayor atención porque todo había vuelto a la normalidad de un vuelo de once horas entre Bogotá y Madrid. Era junio de 2014 y viajaban a Estonia a visitar a los abuelos.

«Yo no entendí qué había pasado en ese vuelo, pensé que había tenido una pesadilla. Ya en Estonia él me dijo que le estaban dando como unos brincos. Él decía que eran tembleques. Un mes y medio después, ya en Colombia, tuvo una convulsión en el colegio y de ahí en adelante todos los días tenía mioclonías —movimientos involuntarios—; después llegó todo un zaperoco de crisis», contó Laura, al recordar esos primeros días de una experiencia que les cambió la vida. 

En diciembre de 2014 la doctora Paola Pineda Villegas, médica cirujana de la Universidad Pontificia Bolivariana y especialista en Derecho Médico, recibió una llamada por parte de Laura buscando ayuda para las crisis de su hijo. «Eran entre 40 o 50 crisis diarias cuando lo conocí. Estaban empezando a notar un retroceso en su desarrollo», dijo la médica. 

Para aquel entonces el cannabis medicinal era casi un mito en el país. Un grupo de mamás, con hijos enfermos de epilepsia, lo comenzaron a probar, motivadas por varias experiencias en Estados Unidos y Chile. «Nosotros en ese momento estábamos empezando y lo hacíamos de  manera muy artesanal, con frasquitos que ni siquiera sabíamos cuántos miligramos o porcentaje tenían de CBD o THC —los dos componentes principales del cannabis para uso medicinal—. Sabíamos que era cannabis, claramente. Era un ensayo de prueba y error», sostiene la doctora Paola. 

Otto comenzó a mejorar con el tratamiento de cannabis. Tenía momentos donde se disparaba si le hacían un movimiento en un medicamento químico, «como no sabíamos qué era lo que pasaba exactamente, poníamos un poquito aquí y un poquito allá para ir ajustando. Ya después empezamos a saber qué tenían exactamente los frasquitos o por lo menos si era THC o CBD, que son los cannabinoides, y comenzamos a tener más claridad en el tratamiento», afirmó la especialista en cannabis medicinal.

Otto y Laura. Foto: cortesía Laura Hernández

La «hierba que enloquece»

La marihuana la ha usado el hombre durante milenios con fines medicinales. Hay reportes en la literatura que datan de 2700 a. e. c.  Durante el siglo XX fue fuertemente perseguida y se prohibió su uso y comercialización, siendo este un tema más económico y político que realmente científico. Esa prohibición estuvo impulsada por el Gobierno de los Estados Unidos, en la década del 70: «En esa época veníamos en una investigación grande en cannabis, pero también en psiquedélicos, y en esa lucha contra las drogas de Nixon y su Gobierno todo eso se vino abajo», afirmó Paola. 

Según Eduardo Sáenz Rovner, Ph. D. en Historia y docente de la Universidad Nacional, en Colombia desde los años 20 se tiene conocimiento, por parte de las autoridades, de cultivos de marihuana, pero solo hasta septiembre de 1939 se ordenó la destrucción de las plantaciones y se estableció que quienes violaren esta disposición serían sancionados «como traficantes ilegales en drogas heroicas». 

Como la historia lo ha demostrado —con el tabaco, el alcohol y las drogas—, la prohibición tiene un efecto sobre el aumento de los precios, lo que a su vez fortalece económicamente a los productores. En consecuencia, los cultivos aumentaron vertiginosamente en la década de los 60 y comienzos de los 70 para satisfacer la demanda norteamericana de consumo, siendo el punto de partida de una robusta y larga lucha por parte del Estado colombiano contra las mafias que producían las drogas. 

Fueron años de leyes y decretos que prohibieron y persiguieron a los cultivadores y consumidores del cannabis: Ley Consuegra de 1946, decreto del Gobierno Mariano Ospina Pérez en 1949    en contra por «tener propiedades venenosas»; un nuevo decreto en 1951, que los califica de «maleantes»; y la puesta en marcha en 1978 de la Operación Fulminante, por parte del Gobierno de Julio César Turbay, donde más de 10 000 soldados emprendieron una guerra contra los productores y se ordenó fumigar los cultivos. Solo hasta 1986, a través de la Ley 30, se abrió paso a la reglamentación del uso medicinal del cannabis. 

Pequeñas victorias de la hierba

A pesar del avance que supuso la Ley 30, la realidad fue otra. La problemática del narcotráfico en el país hizo que en los años siguientes se iniciara una persecución de cultivadores a través de grandes incautaciones. Solo hasta el año 2015, con el Decreto 2467, se permitió reglamentar este proceso, con el cual se logró otorgar las primeras licencias de producción y fabricación de derivados de cannabis a cuatro empresas colombianas y una canadiense. 

Estos pasos hacia el uso medicinal de la planta le abrieron una puerta a personas como Otto y su mamá, que encontraron protección jurídica al momento de experimentar, en una primera instancia, para este tratamiento como complementario de su epilepsia. 

«Nosotros tenemos en nuestro cuerpo diferentes sistemas que controlan las funciones fisiológicas de nuestro organismo. Uno de ellos es el sistema endocannabinoide, que está distribuido en varias partes de nuestro cuerpo, principalmente en el sistema nervioso central. Tenemos unos neurotransmisores que llegan a esas diferentes partes del cuerpo y allí hay unos receptores que se llaman cannabinoides», afirmó la docente Dora María Benjumea Gutiérrez, miembro del Grupo de Investigación Toxinología, Alternativas Terapéuticas y Alimentarias de la UdeA. 

Tener la claridad del beneficio en la salud que tienen algunos principios activos del cannabis, que es un tesoro farmacológico, y ver la importancia económica de esta industria, aceleró en el último lustro la composición de un marco legal para la explotación y comercialización de la flor. El punto de quiebre fue la Ley 1787 de 2016, que establece el marco regulatorio del uso de cannabis y sus derivados con fines médicos y científicos; y, por supuesto, los posteriores decretos que han ido ampliando más el margen de acción. 

El más reciente de ellos es el Decreto 811 de 2021, que facilita a los comerciantes poder ser más competitivos, especialmente con la comercialización de la flor seca, que estaba prohibida. Las condiciones ambientales de Colombia permiten ser más eficientes en ciertos procesos, en el tema de la temperatura y de la humedad, que posibilitan que tengamos cultivos con buenas concentraciones de fitocannabinoides. «Además, permite el mercado de alimentos y bebidas que contengan cannabis y eso hace que la industria sea más competente, porque los industriales han hecho una gran inversión en infraestructura», dijo la investigadora Dora Benjumea. 

Un estudio de la Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo —Fedesarrollo— señala que el sector de cannabis en Colombia genera en promedio 17.3 empleos agrícolas formales por hectárea y podría generar 7772 en total para 2025, y 26 968 para 2030.

 

La batalla contra el narcotráfico comenzó con el control de los cultivos de marihuana. Foto: Wayne S. Grazio, (tomada de Flickr)

Un mes de oscuridad

En julio de 2015 la enfermedad de Otto lo golpeó con fuerza. Un estatus epiléptico —crisis epiléptica prolongada o una serie de crisis durante las cuales el paciente no recupera completamente la conciencia—, que duró 16 minutos, lo envió a cuidados intensivos en el Hospital Pablo Tobón Uribe. Allí perdió el habla, la movilidad para caminar y tuvo una encefalopatía medianamente severa. 

«La médica nos dijo que él ingresaba en un estado de retroceso, el electroencefalograma mostraba que tenía 52 crisis por hora, ¡más de 1600 por día! Iba a llegar a un estado semivegetativo porque no había nada más por hacer», expresó Laura. «Ya no camina, ya no habla, pero sonríe y veo en su sonrisa los ánimos para seguir viviendo», escribió ella en su perfil de Facebook en mayo de 2015 mientras atravesaban el momento más duro de la enfermedad.

En Colombia está muy arraigada la cultura de la automedicación y se podría pensar que con el cannabis medicinal va a suceder lo mismo. Hay que tener en cuenta que, aunque estos medicamentos sean derivados de plantas, pueden generar efectos adversos porque hay receptores cannabinoides en muchas partes del cuerpo. Los usos para los que están aprobados son muy específicos y se debe utilizar exclusivamente para ellos, por eso no se pueden hacer sin el acompañamiento de un médico especialista. 

Se cree que está aprobado para el dolor, pero no es así; si bien se encuentra en investigación, aún no ha tenido buenos resultados para disminución del dolor. «Debemos conocer para qué están realmente aprobados estos fármacos con cannabis, que son, por ejemplo, para algunos casos muy raros de epilepsia, como el síndrome de Lennox Gastaut, síndrome de Dravet y complejo de esclerosis tuberosa; o para la anorexia, que está asociada al VIH positivo, o para los pacientes con náuseas y vómitos producto de las quimioterapias en pacientes con cáncer», afirmó la docente Dora Benjumea. 

Sumado al cannabis medicinal, Laura comienza con Otto dieta cetogénica —con restricción de carbohidratos y alto porcentaje de proteína animal y grasas saludables— y su hijo comenzó a mejorar: «Ahí empezamos a retirar muchos medicamentos químicos y ya con el pronóstico de que mi hijo iba a estar en un estado vegetativo, pues lo intentamos. Y a los dos meses Otto deja de convulsionar; comenzamos a ver que sí hay una diferencia», dijo Laura. 

Hoy Otto es un niño de 11 años que camina, habla y tiene un desarrollo normal para su edad. Desde hace cinco años no tiene convulsiones. Pasó de tener 1600 por día a jugar con sus amigos en el patio del colegio. ¡Ya no sufre de epilepsia! Laura, en compañía de los médicos tratantes, desmontó poco a poco el tratamiento. Primero los medicamentos químicos, luego la dieta y, por último, el cannabis. 

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