La importancia de opinar
La importancia de opinar
«... Sin una opinión que cuestione la realidad, todo queda en simple rutina preestablecida, en existencia monótona de un destino trazado hasta la última consecuencia...»
¿Por qué opinar? ¿Para qué opinar? ¿Cuál es la importancia de expresar públicamente la opinión? Estas son preguntas que normalmente pueden expresarse en torno al hecho de sentar una opinión, tal vez sobre todo cuando la opinión expresada causa malestar y disuelve un posible, al menos imaginario, consenso.
En Colombia es tradición callar y aceptar los consensos o las expresiones expresadas a mayor volumen. Tenemos una tendencia educada desde la más primigenia infancia a evitar la discusión y "dejar pasar" las opiniones de los demás aunque sean completamente contrarias a las nuestras. De niños se nos educa a no contrariar a los adultos y a quedarnos callados. Esta tendencia pudo haber sido además reforzada por decenios de corrupción, narcotráfico y violencia que hicieron indispensable el callar como sinónimo de sobrevivir.
Aprendemos por tanto a aceptar lo que las figuras de poder nos dicen y, además, a no disentir sus posturas. En la escuela se privilegia la disciplina sobre muchas otras capacidades y comportamientos. Se prefieren los niños y niñas que se quedan quietos sobre aquellos "demasiado inquietos" o "demasiado avispados". Se prefieren los pequeños que se quedan callados y juiciosos sobre aquellos inconformes que se quejan.
Esta forma de educación se prolonga a nuestros comportamientos como adultos y se convierte en una construcción cultural donde se interpreta el ser callado y corto de opinión como algo bueno, como parte de las "buenas maneras" o, en otras palabras, ser "bien educado". Al final del día la educación no solo sirve para controlar niños, sino que su principal propósito es poder tener adultos que se auto controlen en función de dicha educación. Adultos inexpresivos que acepten lo que se les da, así estén en profundo desacuerdo; adultos que siguen con su vida cotidiana, así las figuras de poder les impongan realidades que estén en contradicción con sus creencias y opiniones.
Nos enseñamos a "tragarnos" todo, a callar cuanto pensamiento medianamente disidente se nos ocurre y a actuar de acuerdo a lo establecido y aceptado. Una posible muestra de este hecho es que tenemos, como colombianos, una fuerte tendencia a explotar repentinamente cuando una circunstancia, que inclusive puede ser no muy grave, nos saca finalmente de quicio. Tanto aguantamos en nuestro día a día que llega un momento en que la represa emocional revienta y en lugar de tratar de dialogar con el otro y sentar un argumento sobre las opiniones, procedemos a los gritos, los insultos y hasta a la violencia.
Si esto es cierto y todos nos acostumbramos al silencio, ¿Por qué hablar y expresar públicamente nuestras opiniones? Parecería más un acto temerario y hasta torpe en medio de una sociedad de dichas características. Parecería un acto que no va a encontrar oídos, un acto vano tal vez solo motivado por una especie de ego por mostrarse diferente a los demás. Aunque puede haber una razón mucho mejor de fondo.
¿Cuándo llegaremos a una sociedad en la que podamos expresar nuestras opiniones y tratar de llegar a consensos si solo quienes son figuras de poder ostentan el monopolio de la palabra? La respuesta es, muy probablemente, nunca. ¿Cómo rompemos entonces esa condena? Opinando, la mayoría de veces a sabiendas incluso de que dicha opinión va a ser desoída o ignorada, en el mejor de los casos. Pero opinar, donde esta acción no debería tener lugar, crea un precedente, fuerza al sistema a darle un lugar a la opinión así sea para relevarla al olvido. Si la opinión tiene la osadía de acontecer, en el escenario público, ocupará algo de espacio y al menos se materializará dónde antes se creía impensable, donde ni siquiera se sospechaba su posible existencia.
Opinar para poder seguir opinando. Opinar para incomodar y mostrar que pueden haber más puntos de vista. Opinar para crear tradición, crear existencia y hábito. Inclusive opinar sobre la opinión, como en el presente caso. Sin una opinión que cuestione la realidad, todo queda en simple rutina preestablecida, en existencia monótona de un destino trazado hasta la última consecuencia. Sin opinión solo hay una realidad, la que acontece por el poder, no existiría la realidad soñada de los desposeídos, de los que no manejan las riendas.
Notas:
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