Gilmer Mesa o la relevancia de la experiencia
Gilmer Mesa o la relevancia de la experiencia
«Mesa es su propia vida, lo auténtico de su forma literaria no hay que buscarlo en los cánones filológicos y académicos; más bien debemos disponernos para explorar las calles por las que caminan sus personajes, las habitaciones donde intiman o las conversaciones en medio de la angustia cotidiana que los define».
A Luis Javier Hernández, por su amistad.
La literatura es una fuente inagotable de preguntas. El diálogo que podemos establecer con los libros, con cada relato, es siempre una buena excusa para pensar y para compartir preocupaciones con los demás. Cuántos libros no han fundado una amistad, cuántos libros no han sido la primera piedra de un edificio vital. Con cuántos libros hemos sufrido, con cuántos hemos padecido encontrando en la actitud de sus personajes nuestras más angustiantes penas. Los libros de Gilmer Mesa todavía hacen parte de ese conjunto de relatos que alimentan nuestras inquietudes. Leer a este autor hace que descubramos un mundo que, a pesar de ser muy cercano a nosotros, familiar incluso, muchas veces pasa inadvertido.
No sería extraño que entre los lectores de Mesa ya hubiese aparecido un comentario sugiriendo que la manera correcta de leer sus obras corresponde al siguiente orden cronológico: 1) Las Travesías, 2) La cuadra y 3) Aranjuez. Ello sustentado en que la primera de estas obras habla del pasado familiar del protagonista; la segunda, de los primeros años de su vida resultado del establecimiento de esa misma familia en la ciudad y que la tercera obra aparece como el momento más actual de la historia que, enlazando los tres relatos, ofrece una linealidad sustentada en la vida ya desarrollada del particular. Todo esto a pesar del orden original de publicación de los textos que establece otra secuencia.
Tampoco sería sorpresivo que entre algunos otros lectores ya se hubiese establecido esta sugerencia de lectura como una regla y, además, como una forma interpretativa privilegiada, cuando no la única acertada, para abordar los relatos del autor. Quizás esta pueda ser hoy una tendencia en los espacios más aburridos de las universidades y en ciertos círculos que se arrogan el derecho de ser los verdaderos guardianes del saber y la cultura. Considero que nada sería más desacertado que todo esto, pues colocar los libros de Mesa bajo el microscopio de la bien formada y omnipotente visión del especialista en literatura, derivaría como resultado una forma científica de abordar sus textos, sin notar que, en el fondo, y también desde la superficie, sus relatos no pretenden alcanzar ninguna instancia sistemática y científica. En este sentido, Mesa no es un renovador de las letras, ni un representante destacado de la lengua; su propuesta no es ciencia, su exposición es toda experiencia. En mi consideración es allí donde está todo el valor de lo que nos presenta y lo que lo presenta.
Las motivaciones de Mesa, que resultan en los libros que nos ha ofrecido, son diversas y testimonian la manera en que él se decide a compartir sus propias preguntas fundamentales. Sospecho que nunca estuvo en la cabeza del autor la idea de rastrear primero su pasado familiar, luego la tremenda vivencia de la relación con su hermano y lo que éste representó para toda una generación de jóvenes de barrio desorientados y atravesados. Mucho menos creo que calculó el tema que configura su más reciente obra. Por ello, sé que sus relatos están llenos de experiencia, pues son la respuesta a múltiples contextos que atraviesan una misma vida, la perforan con dolor y permiten reflexionar sobre problemas muy parecidos a los de cualquier otro niño, niña, pelao y señor o señora de barrio en Colombia.
Mesa es su propia vida, lo auténtico de su forma literaria no hay que buscarlo en los cánones filológicos y académicos; más bien debemos disponernos para explorar las calles por las que caminan sus personajes, las habitaciones donde intiman o las conversaciones en medio de la angustia cotidiana que los define. Hay que dejarse sorprender por la recreación de la vida a través de la palabra, por las historias particulares de cada uno de sus personajes y por el anclaje que todo ello encuentra en medio de esa relación de enfado y amor hacia lo que nos ofrece y nos arrebata el barrio. El mismo barrio que es un personaje irrenunciable en la vida del escritor; pues todo lo que sale de su pensamiento parece estar determinado por su vida en ese espacio donde tiene lugar la realización de la vida en común.
Me declaro un afortunado lector de Mesa, un entusiasta contemporáneo suyo. Espero la próxima vida, el próximo libro, que seguramente nos ofrecerá a partir de su, hasta ahora, inagotable experiencia.
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