La democracia liberal ya no puede garantizar la libertad para todos
La democracia liberal ya no puede garantizar la libertad para todos
«Tenemos dos grandes déficits: la democracia en la modernidad tardía ya no puede ser liberal, porque la reivindicación innegociable de los derechos de la libertad no puede ser asegurada para todos y la «política de sostenibilidad» no es viable porque supone una limitación radical de los derechos fundamentales de la libertad, y particularmente del derecho a la propiedad privada de los particulares. ¿Qué nos espera de estos cambios en América Latina y en Colombia?».
El más reciente giro radical de la democracia hacia la ultraderecha se produjo la semana pasada con la llegada al palacio presidencial en Polonia de Karol Nawrocki, un historiador y exboxeador ultranacionalista, populista y trumpista, involucrado en una serie de escándalos de corrupción y violencia.
Esto hace parte de una tendencia global, que se consolidó en Estados Unidos, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. En Europa la situación es crítica en cada cita electoral. En las elecciones al Parlamento Europeo de junio del año pasado, más de la mitad de los eurodiputados eran miembros de partidos de la centro-derecha y la derecha más extrema. En las elecciones legislativas en Francia el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen ganó la primera vuelta, aunque finalmente quedara tercera en la segunda. En Alemania, Alternativa para Alemania —AfD—, se situó por primera vez en segundo lugar en las elecciones de febrero, mientras, los socialdemócratas del SPD registraron su peor resultado desde 1890, poco más del 16 %.
¿Qué está determinando este giro hacia la expansión de la ultraderecha y hacia la formación de gobiernos autoritarios, autocráticos y con rasgos fascistas? La crisis de la democracia tiene muchas causas. Muchos autores señalan el dominio de la lógica del capitalismo sobre la lógica de la democracia. Esto quiere decir que la política democrática, especialmente a partir de las transformaciones neoliberales, ha perdido su suelo dramáticamente frente al poder del mercado. Los sistemas democráticos están cada vez más en manos de aquellas personas y grupos con intereses poderosamente organizados en las esferas del mercado y el Estado, las cuales buscan que la lógica de sus acciones no tenga que ver con las formas como la soberanía popular se constituye.
Con la globalización, la democracia pierde una forma política necesaria y con el recorte de la soberanía nacional estatal, los Estados ceden en su pretensión de incorporar su soberanía popular y con esto de realizar la voluntad de sus pueblos, escribe Wendy Brown. La democracia se convierte en algo sin significado. Así, la forma del dominio democrático está siendo destruida en función de una mayor expansión del capitalismo, que depende cada vez más de las prácticas autoritarias para asegurar su existencia.
Cuando la población experimenta las insuficiencias e incapacidades de la democracia liberal para enfrentar los problemas que tienen los ciudadanos en cada país, como ha sido el caso con la inmigración, la xenofobia, la pérdida del empleo por la globalización, aparece como problema su legitimación. El auge del populismo de derecha es un síntoma de ello. El populismo se basa precisamente en las experiencias generalizadas de pérdida en algunos grupos sociales. Responde a ello con la idea de que tuvimos un pasado mejor, y que ahora podríamos recuperarlo. El «Make America Great Again» es eso. Ya no se trata de la orientación clásica hacia el progreso: aquí, el regreso al pasado ya se ve como una mejora. En esto se unen los partidarios de los populistas nacionalistas, antiliberales y los nuevos autoritarismos.
Otra explicación sobre la crisis de la democracia apunta a señalar que hay una contradicción entre la defensa de la prosperidad y el estilo de vida alcanzado en las capas medias y altas de las sociedades modernas occidentales y el compromiso con la ecología y los derechos humanos. Desde las décadas de los setenta y ochenta se articularon en estas sociedades dos grandes proyectos: la radicalización de la democracia y el aseguramiento de los derechos humanos y el proyecto ecológico de la protección del clima y los límites del planeta ante la explotación de sus recursos. Sin embargo, hoy en día es cada vez más claro que estas tendencias se han invertido completamente.
Las sociedades de la modernidad tardía se han convertido en sociedades de la no sostenibilidad y con toda decisión defienden hoy este tipo de política. Ellas se reproducen por medio de lo que Harmut Rosa denomina «estabilidad dinámica», en la cual son determinantes el constante crecimiento, la aceleración, la innovación, la apropiación de todos los recursos de la naturaleza y el aumento de la riqueza de determinados grupos sociales.
La «política de la no sostenibilidad» se fundamenta también en el poder opresivo de los actores capitalistas —sus capas medias y altas— y en la incompatibilidad fundamental entre la expansión capitalista con la agenda ecológica de la la autolimitación colectiva en nombre de una buena vida para todos.
El problema es, como señala Ingolfur Blühdorn, que los límites económicos y ecológicos chocan abiertamente con las exigencias ilimitadas e innegociables de libertad y autorrealización que se han establecido firmemente en las capas medias y altas de las sociedades modernas. Esto ha conducido al abandono del proyecto de integridad social y ecológica y a una «política de desigualdad y explosión radicales: una política de no sostenibilidad». (2024)
Entonces, tenemos dos grandes déficits: la democracia en la modernidad tardía ya no puede ser liberal, porque la reivindicación innegociable de los derechos de la libertad no puede ser asegurada para todos y la «política de sostenibilidad» no es viable porque supone una limitación radical de los derechos fundamentales de la libertad, y particularmente del derecho a la propiedad privada de los particulares.
¿Qué nos espera de estos cambios en América Latina y en Colombia? Aquí también muchos le apuestan a que nuestras sociedades no solo sigan siendo capitalistas e insostenibles ecológicamente, sino que también aspiran a realizar el giro autocrático y autoritario. Es la tendencia global. Pero bueno, es ciertamente horrible, pero no es el fin de la humanidad.
- Esta columna fue publicada en el sitio web La Silla Vacía.
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