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    jueves, 28 de marzo 2024
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    ¿Quién dice la verdad?

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    ¿Quién dice la verdad: el que toca la sombra o el que roza la luz?

    Por: Pablo Montoya

     

    ¡Quédate en casa y así cuidarás a los demás! Esta es la consigna en tiempos del coronavirus. Una consigna fraguada con dos incómodos imperativos, pero dulcificada con el calor del hogar y una supuesta alteridad a la cual podríamos salvar. Pero esta circunstancia, la de estar aislados en nuestras propias casas y no poder atravesar fronteras —cuando lo más apasionante de toda existencia es franquearlas una y otra vez—, origina algo singular. Se trata del padecimiento de un tipo de exilio interior, a puerta cerrada, que corre el riesgo de sumirnos en un vacío recordatorio. En La peste de Albert Camus se explica que este exilio ocasiona una mortificación profunda: vivir con una memoria que no sirve para nada. ¿Qué significaría esto en nuestra condición actual? Por un lado, que evocamos continuamente un pasado con el gusto de la lamentación. Pero, por otro, que podríamos olvidarnos de los males verdaderos que nos han agobiado.


    ¿Seremos capaces entonces de superar esta pandemia, inmunizarnos frente a ella, y volver sobre los graves problemas que tiene un país como Colombia? La gran desigualdad social que nos impide prosperar como comunidad, los derechos humanos violados sistemáticamente, las mujeres maltratadas por un orden social dominado por patriarcas atávicos; niños desnutridos y ancianos olvidados y jóvenes dueños de un futuro de opresión; los bosques y selvas vejados por los emporios mineros; los responsables de grandes crímenes todavía sin castigo; la corrupción, el paramilitarismo y el narcotráfico como pilares de una democracia pútrida. Quizás es verdad que el panorama que se nos viene encima sea muchísimo más complejo y doloroso que bandear el coronavirus, ya que nuestros problemas integran eso que podríamos denominar endemia nacional. Porque, más que ese tipo de exilio que abate en el encierro, y que Camus desglosa en su novela, a Colombia le ha de corresponder enfrentar obstáculos peores.

     
    Pero, ¿qué pasaría con el coronavirus en este país que tiene una inmensa parte de la población sumida en la precariedad y cuyo sistema de salud es tan deficiente? ¿Qué ocurriría con los hospitales públicos que, en el momento en que escribo esta líneas, ya están desabastecidos de sangre y no poseen la infraestructura necesaria para asistir a los futuros contagiados? Con solo imaginar que en Colombia la pandemia fuese tan implacable como lo está siendo en Italia, España, Estados Unidos o Reino Unido, nuestro porvenir sería totalmente aciago. Porque estamos lejos de decir, frente al coronavirus, lo que el cronista de La peste afirma: «Esto sucedió». En Colombia y América Latina esto apenas está comenzando a suceder. Por tal razón, estamos sumidos en el territorio inmenso de la incertidumbre. Y de ella quién sabe si saldremos bien librados.

     
    Ahora bien, ¿qué serían treinta o cincuenta o cien mil víctimas del coronavirus comparadas con los más de cien millones de muertos que nos han dejado las pestes? ¿Por qué esta epidemia del siglo XXI, con tan pocos muertos, ha tenido el poder de amedrentarnos de semejante guisa y ha lanzado a las naciones a exigir un confinamiento de estas proporciones? ¿Será que nos estamos volviendo sensibles a las aniquilaciones masivas y en verdad creemos hoy más que antes que moriremos como hormigas indefensas si no nos cuidamos? Pero, ¿y qué hacemos con la gran desconfianza que nos asedia? ¿No habrá detrás de todo esto maniobras perniciosas que le darán paso a un nuevo orden mundial?

     

    Quizás es verdad que el panorama que se nos viene encima sea muchísimo más complejo y doloroso que bandear el coronavirus, ya que nuestros problemas integran eso que podríamos denominar endemia nacional. Porque, más que ese tipo de exilio que abate en el encierro, y que Camus desglosa en su novela, a Colombia le ha de corresponder enfrentar obstáculos peores.

     

    Como respuesta a estos interrogantes, nadie guarda silencio. Al contrario, la batahola de las voces brota desde todos los flancos. Y entre el optimismo de unos y el pesimismo de otros, el abanico de las opiniones es desbordante. ¿A quién creerle y de quién dudar en estos tiempos del coronavirus? ¿Les creemos a los médicos y a los científicos? ¿A los jerarcas religiosos o a los intelectuales solitarios? ¿A los empresarios y a los mandatarios? ¿Quién, en definitiva, dice la verdad: el que toca la sombra o el que roza la luz?

     

    *Este texto es un fragmento del ensayo inédito Literatura en tiempos del coronavirus.

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