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Sociedad Cultura

Un premio al testimonio de una juez en manos de su sobrino

01/12/2022
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

«Una juez en zona guerrillera» es el relato ganador del Premio Nacional de Literatura en modalidad testimonio, texto inscrito en la temática Memorias de guerra, escrita por Julián Andrés Montoya Palacio. El relato está basado en la historia de su tía y de otras mujeres de su familia que habitaron el municipio de Ituango en medio de la crudeza del conflicto armado colombiano. 

Desde que era un niño, Julián se ha dedicado a la lectura y la escritura. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA/ Alejandra Uribe F.

El tiempo condimenta los recuerdos y las historias, matiza aquello que, en lo cotidiano, pasa desapercibido. Esto es evidente en la conversación con Julián Andrés Montoya Palacio, ingeniero de sistemas de 31 años, quien evoca épocas de infancia para hablar de lo que determina su proceso de escritura y sus temas interés. Recuerda bien su vida de colegio, sus desplazamientos entre la comuna 13 y El Poblado, en Medellín, para llegar al Inem José Félix de Restrepo, las dificultades según el horario para pasar por diferentes zonas de la ciudad. 

El ganador del 39° Premio Nacional de Literatura comenzó a escribir «Una juez en zona guerrillera» hace cuatro años, a la luz de los recuerdos y pensando en las tres mujeres que estuvieron a cargo de su crianza. «A menudo cuando leo, veo la gloria de los hombres en Julio Verne, en Mario Mendoza, en muchos textos... Pero a mí me criaron mi madre, mi abuela y mi tía; mi padre nunca estuvo presente. Tengo tíos, pero las figuras más valerosas de mi vida son mujeres. Entonces me pregunté: ¿por qué no contar la historia de ellas?», narró sobre el relato que terminó de escribir a finales del año pasado.

Desde pequeño siempre realizó muchas actividades —piano, patinaje, natación— y, a diferencia del resto de sus familiares, estudió siempre en la escuela pública. En la actualidad, alterna sus actividades de escritura con la docencia en la Escuela de Ingeniería de Antioquia, donde es profesor de diferentes áreas y tiene una cátedra de Big Data. También le gusta la fotografía de animales.

Muchas veces ha escrito para su madre, quien ha guardado por años todos sus relatos. También escribe para él mismo, ya que los niveles de lectura que se reportan en Colombia le generan desesperanza; tal vez por eso, más que escritor, se declara lector.

«Observé en un reporte que los colombianos leemos 1.9 libros al año y mantengo una preocupación personal con ello: sabemos leer y escribir, pero no leemos ni escribimos. En un país que no se lee, es un acto de fe escribir un libro. Cualquier persona que escriba un libro en Colombia tiene fe en la humanidad, yo lo hice para contar la historia de mi tía. Estoy convencido de que salir del subdesarrollo está, más allá de la resolución de temas económicos, en las prácticas personales. Desde mi experiencia, les recomiendo y les doy libros a mis estudiantes. Pero se requiere mucho más», afirmó.

Ituango: lo universal en lo local

Cuando tenía siete años, en 1998, su madre lo envió a vivir durante un año al municipio de Ituango con una hermana, tía de Julián. Dice que allí lo vio todo: «La llegada o la salida del pueblo era toda una experiencia de retenes. Lo recuerdo mucho. No es como ahora que está 'hHdroituango'. Cuando uno salía de Medellín y llegaba a los Llanos de Cuivá, en las partidas para San Andrés de Cuerquia, estaba un primer retén del Ejército. Después, a quince minutos, estaba el retén de los "paras". Era muy extraño que en quince minutos nunca se hubieran encontrado. Después de Toledo tenían otro retén de paramilitares y, en Pescadero, antes de llegar al pueblo, estaba el retén de la guerrilla».

Recuerda a Ituango como un pueblo faldudo, selvático, al que una o dos veces al año llegaba un jaguar muerto en las manos de algún lugareño. En el parque se condensaba la zozobra generada por los grupos armados: «Que no se saliera después de las seis de la tarde, decían las señoras», comentó.

Para él la cotidianidad era eso, y tirarse en patineta por las calles enlomadas mientras miraba con detenimiento a algunos personajes inusuales, como don Delascar, un profesor que tenía serpientes de mascotas. Todo esto le dio el panorama que hoy lo lleva a escribir. 

«Uno cree que el guerrillero o el soldado son máquinas de matar, pero son, ante todo, personas. Allá lo vi: había guerrilleros niños como yo. Bajaban a la gente del carro y mucho más, pero entendí que el problema de la guerrilla era más que lo que decían los medios. Una vez me pasó que un guerrillero borracho dijo que yo era paramilitar, mi tía se bajó del carro, lo insultó y me defendió. Si no hubiera sido por ella, sería otra la historia. En Ituango vi la dualidad del mundo, allá entendí qué es vivir con miedo», narró.


Hasta este año había publicado unos cuantos textos en algunas revistas nacionales. Uno de ellos, «Me tocó solamente una toma guerrillera», en la revista La Nave de los Necios del municipio de El Peñol, Antioquia, fue un fragmento fundamental del relato ganador del Premio de Literatura.

Un premio a la tenacidad

Sobre el relato testimonial «Una juez en zona guerrillera» el acta del jurado anotó que «pone al lector frente a una realidad que el país debe conocer: las graves consecuencias que deben asumir muchos administradores de justicia para realizar su trabajo al tener que confrontarse no solo a los bandos armados ilegales sino también a la fuerza pública». En esta ocasión el certamen recibió 72 postulaciones en la modalidad testimonio del Premio Nacional de Literatura. Como ganador, este escritor recibirá un incentivo económico por su obra, además, posterior a la premiación, la Editorial Universidad de Antioquia podrá iniciar el proceso técnico para la publicación de la primera edición del libro.

Julián Andrés prefiere las historias con final a las que quedan en puntos suspensivos —aplica tanto para la lectura como para la escritura—. Actualmente trabaja en varios personajes, de los cuales dice que tarda mucho tiempo en su construcción. Para él el panorama es claro: aunque no viva de la escritura, quiere escribir lo que más pueda.

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