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AccionesLas pugnas por el poder de los símbolos
AccionesLas pugnas por el poder de los símbolos
Desde el 28 de abril de este año, cuando inició la más reciente movilización nacional, se han derribado monumentos de personajes relacionados con la historia colonial, republicana y contemporánea de Colombia por lo menos en cinco ciudades: Pasto, Manizales, Neiva, Cali y Barranquilla. En Alma Mater nos acercamos a lo que hay detrás de esta disputa por la representación.
Pueblos indígenas derribaron en Popayán el monumento de Sebastián de Belalcázar. Foto Colprensa - Francisco Calderón
Cuando un periodista le preguntó a Édgar Alberto Velazco Tumilla por qué los indígenas Misak tumbaron la escultura del conquistador Sebastián de Belalcázar, en el oeste de Cali, el secretario del movimiento Aico —Asociación Indígena del Suroccidente— expresó, entre otras razones históricas y coyunturales, que lo hacían para «construir un poder colectivo, un poder popular».
«Proponemos nuevos símbolos en estos espacios públicos, que nos reconcilien con todos los actores y sectores políticos», dijo el líder horas después de haber sido derribada la estatua y en compañía de miles de indígenas del sur del país, que llegaron hasta esta zona en la capital del Valle para congregarse. Los indígenas de este movimiento le hicieron un «juicio político» a Belalcázar el 16 de septiembre de 2020 en Popayán, en el que lo declararon culpable de delitos como genocidio, violación, despojo y acaparamiento de tierras.
Esta no ha sido la única estatua de próceres derribada. El pasado 7 de mayo, también los Misak tumbaron la de Gonzalo Jiménez de Quesada, en Bogotá. Además, en medio de otras manifestaciones en Pasto, el 1 de mayo abatieron la del dirigente independentista Antonio Nariño; en Neiva fueron derribadas la del fundador de la capital del Huila Diego Ospina y la del expresidente Misael Pastrana durante movilizaciones el 29 de abril; y una de las más recientes fue la de Cristóbal Colón, tumbada el 28 de junio por manifestantes en Barranquilla.
Sin embargo, la discusión de fondo tras lo que ha pasado a lo largo de los últimos meses con los monumentos no son las obras en sí mismas, sino los relatos históricos que representan la memoria y las relaciones de poder que se disputan en estos.
Modernos monumentos
Para José Jairo Montoya, docente de la Universidad Nacional y de la Universidad de Antioquia, con estos «cuerpos que median» —como nombra a los monumentos— se juegan estrategias de poder y de reconocimiento que sacan a flote la dimensión política y que, en su eficacia o ineficacia, como huellas de la memoria en espacios y en tiempos diferentes terminan por convertirse en el punto de convergencia de luchas y disputas por su posesión o visibilización.
Además, en los lugares donde hay monumentos existe una suerte de tensión que va en contravía: «Como si donde aparece un “artefacto” simbólico —no importa si es en bronce, en piedra o en pigmentos; en letras o en músicas; en danzas o en rituales—, emergiera también su contrapartida, es decir, su desaparición», dijo Montoya, y resaltó que esta «monumentalización» hace parte de la pervivencia de la humanidad.
Estos símbolos en espacios abiertos son propios de la Modernidad y hacen parte de la construcción de los Estados nacionales: «Empezamos a verlos más en el siglo XVIII en algunos países europeos y la América del siglo XIX y XX», explicó la doctora en Historia Tatiana Pérez Robles, integrante del Grupo de Investigación Historia Moderna y Contemporánea de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia.
La profesora explicó que el escenario público es un factor determinante en esta conversación. El monumento «está en un espacio que, se supone, es de todos. Al estar ahí cualquiera tiene el derecho de poder intervenir, hasta el mismo medio ambiente lo interviene». En medio del debate nacional que han suscitado las intervenciones y estos derribamientos, la dicotomía es cuándo puede considerarse vandalismo y cuándo iconoclasia —rechazo al culto de una imagen considerada «sagrada»—.
«Es iconoclasia cuando hay una organización de comunidades, como sucede en el caso de Belalcázar, donde hay una población que se reúne y hace un juicio sobre una estatua que está representando toda la opresión, el genocidio y el exterminio a una población. Al estar en un espacio público que, históricamente, ha significado mucho para el pueblo Misak, se toma la decisión de tumbar la estatua», explicó Pérez Robles.
Sin embargo, la Academia Antioqueña de Historia señaló estos actos contra los monumentos como vandalismo. De acuerdo con esta entidad, esto ha llevado a la destrucción del patrimonio material de las ciudades: «Ningún argumento por motivos de religión, ideología política, filosófica u otra razón es válido para derribar o destruir lo que es más antiguo, más caro a los intereses y a la idiosincrasia de un pueblo».
Pérez Robles expresó que, más allá de buscar una definición o considerar estos actos como algo bueno o malo, es importante entender por qué se dan y que, incluso aquellos monumentos que han sido intervenidos sin la organización que resalta de los Misak y que parecen obedecer a un «calor del momento», también expresan un cuestionamiento: «Detrás de esos actos hay un reclamo de unas poblaciones que tal vez no están tan organizadas, pero sí responden a unas peticiones que hacen».
Educación histórica
En 2017 el Congreso aprobó la Ley 1874 para que la cátedra de Historia regrese a los colegios después de que esta salió del currículo escolar en 1984 y pasó a hacer parte de la materia de Ciencias Sociales. Para la Academia Antioqueña, esta forma de enseñar la historia de los recientes 35 años habría resultado insuficiente para adquirir una información de la patria y un conocimiento universal. Tanto Pérez Robles como la Academia, consideran que al desconocer los procesos, las intervenciones que se hacen a personajes exaltados en los monumentos redundan en una poca valoración de estos.
Así como estos símbolos se intervienen —o afectan—, desaparecen, se cuestionan y se juzgan, permanece la necesidad de representarnos y esta representación está mediada por el ejercicio del poder: «Que esto esté sucediendo es lo normal, ahora es muy visible porque está pasando dentro de una coyuntura que está cargada de violencia simbólica y física, pero esto es un cambio dentro de las representaciones. El que gobierna decide», concluyó la historiadora Tatiana Pérez Robles.
«Himno deconstruido»
El «Himno deconstruido» fue interpretado en el Museo de Antioquia por la Revolucionaria Osquerta Simbólica y dirigido por Susana Gómez Castaño. Su compositor es David Gaviria Piedrahita. Foto Sergio Rodríguez.
El pasado 14 de mayo fue presentado por redes sociales una versión que reinterpreta el Himno de Colombia. Los arreglos fueron hechos por David Gaviria Piedrahita, egresado de la carrera de Composición de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. En esta se recurre a citaciones de la banda sonora de la serie Star Wars, de John William, específicamente de la «Marcha imperial». La pieza musical fue interpretada por la Revolucionaria Orquesta Simbólica, un conjunto de jóvenes convocados como voluntarios y dirigidos para esta obra por Susana Gómez, egresada también de la UdeA.
Con la «Marcha imperial», Gaviria Piedrahita apeló a una referencia de la cultura popular que fuera fácilmente identificada. Además, la relaciona con el terror y la aparente imposibilidad de movimiento que quiso expresar. «Hay un momento del himno en el que esa marcha empieza a atacar y este intenta ser mayor otra vez. Sonar como tiene que sonar. Pero la marcha lo enfrenta nuevamente y hace que sea otra vez menor, y eso para mí simboliza el miedo que hace que estemos en esta situación tan tenaz», expresó.
Para el compositor, esta no pretende ser una obra definitiva ni aspira a transformar el himno para siempre o destruir su registro histórico. «Simplemente estoy haciendo mi elaboración a través de una deconstrucción, una catarsis, una elaboración emocional de lo que está sucediendo y no es una ansia de decir vamos a destruir esto porque sí», explicó.
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