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Trump y el caos global: El imperio en retirada

25/03/2025
Por: Luis Miguel Ramírez Aristeguieta. Profesor de la Facultad de Odontología de la UdeA*

«Los imperios no caen de la noche a la mañana, se erosionan desde dentro, debilitados por excesos, arrogancia e incapacidad de adaptarse a los cambios. Trump no es el artífice de su declive, pero sí es el acelerador del proceso. Su política exterior es la de un hombre que no entiende el mundo más allá de sus erráticos impulsos de comerciante».

Pocos líderes han logrado encarnar con tanta vehemencia el caos geopolítico como Donald Trump. Su regreso al poder ha desatado una tormenta perfecta cuyas ondas expansivas ya se sienten en todo el planeta. Estados Unidos, lejos de consolidar su liderazgo, se ha convertido en una fuente de inestabilidad, un actor errático que socava la confianza de sus aliados y fortalece a sus rivales estratégicos. Y mientras Washington se desangra en su propia crisis interna, Pekín observa con la paciencia del pescador que sabe que en río revuelto, la mejor jugada es esperar.

Trump se asemeja en algunos aspectos a Silvio Berlusconi: populista, empresario convertido en política, con una retórica polarizadora y un estilo de comunicación mediático, provocador y escurridizo. Su estrategia del «ahí viene el lobo» ha sido efectiva a corto plazo, pero tiene fecha de caducidad. Su insistencia en demonizar a China, la inmigración y el “deep state” podría perder efectividad. ¿Estrategia o ceguera? ¿Tormenta calculada o improvisada?

Zelenski, quien alguna vez fue aclamado como el David que enfrentaba a Goliat, se desmorona ante lo que este pastorcito mentiroso un día dice y al otro desdice. El actor con disfraz de fatiga militar, ha visto cómo su cruzada ha sacrificado un millón de muertos —una generación perdida—. Este actor de reparto cada vez interesa menos y la Otan, que prometió apoyarlo, ya está calculando cómo salir del atolladero sin perder demasiada cara. Washington, que al inicio de la guerra lo utilizó como peón en su juego de desgaste contra Moscú, ya no lo necesita. Ahora es un náufrago a la deriva, un líder reducido a implorar armas y fondos que cada vez llegan con más reticencia.

La UE, pretenciosa salvadora de Kiev, también empieza a mostrar signos de agotamiento. Francia y el Reino Unido, los eternos paladines del colonialismo disfrazado de altruismo, lideran una cruzada para debilitar a Rusia prolongando el conflicto. La lógica es clara: mientras Moscú siga atascada en Ucrania, tendrá menos capacidad de sostener sus enclaves en África, su influencia en Medio Oriente y su rol en Siria, donde su presencia se ha visto disminuida precisamente por la guerra. Pero lo que no parecen entender los europeos es que apostar a una guerra de desgaste, con economías tambaleando, es una receta para el desastre.

Bruselas está atascada en una crisis económica que se agrava con cada nueva sanción a Rusia. El punitivismo contra Moscú ha tenido el efecto contrario: han disparado los costos energéticos en Europa y han empujado a Rusia a consolidar nuevos mercados con China e India. Ahora cada nuevo disparate de Trump impacta significativamente en la incertidumbre en los mercados financieros, volatilidad que refleja la preocupación de los inversores sobre una posible recesión pero también el impacto de las guerras arancelarias en la economía global.

Trump lo sabe. Su política exterior en realidad una versión desquiciada de la realpolitik: para él, la lealtad se mide en términos de rentabilidad. Si un aliado deja de ser un activo estratégico, se desecha. Así lo hizo con los kurdos en Siria, así lo está haciendo con Ucrania. Su visión de la política internacional no es la de un estadista, sino la de un mercader acostumbrado a matonear a constructores de edificios de menor categoría. Si no hay ganancia inmediata, no hay apoyo. Y si sus antes «aliados» responden, su respuesta es clara: Páguennos más.  Responder con contra aranceles del 200 % al alcohol europeo no solo es infantil sino una forma de cerrar esa industria en su país.

Trump rompe acuerdos, se desdice cuando le conviene y desprecia las instituciones estatales y globales. Indultó a los delincuentes del Capitolio llamando «un acto de amor» a sus ataques contra la democracia. Sacó a EE. UU. de la OMS, debilitó la Otan y desmanteló USAID, mientras ignora la Corte Penal Internacional para proteger a genocidas como Netanyahu y anular su orden de captura. Su discurso errático solo responde a sus propios intereses. Este pragmatismo brutal está causando un daño irreparable. Países que confiaban en la protección estadounidense ahora buscan alternativas.

Quebec, una región con tensiones por su identidad lingüística, ha encontrado en la adversidad trumpista una razón para unirse más al resto de Canadá y están diversificando sus alianzas: fortalece lazos con Europa —Ceta—, con China y redescubre su relación con México dentro del T-MEC. Una nueva «Commonwealth comercial», un bloque de cooperación reforzado está surgiendo. No es solo diversificación comercial, sino un alineamiento estratégico para reducir la dependencia de EE.UU. La ironía es brutal: la doctrina «America First» está logrando que sus aliados de siempre busquen independizarse de su influencia.

Pekín, por su parte, se mantiene en silencio, observando, mientras Washington se desgasta en sus guerras. Sus inversiones en África, en América Latina y en el sudeste asiático continúan creciendo. Su alianza con Rusia se ha fortalecido, no por afinidad ideológica, sino por un pragmatismo compartido: mientras EE.UU. juega a ser el matón global, ellos tejen su telaraña de influencia.

La obsesión de Trump con la autarquía—ese delirio de una América autosuficiente que se cierra al mundo—es justo lo que China necesita. Mientras EE.UU. impone aranceles y sabotea sus propias cadenas de suministro, China firma tratados de libre comercio y afianza su dominio en sectores estratégicos. La globalización, lejos de ser una debilidad, es su mayor fortaleza. Tesla y su fantoche ya lo están entendiendo de muy mala manera.

La política exterior de Trump no conlleva solo miopía estratégica, sino torpeza para leer la realidad internacional. Su retórica de "ahí viene el lobo"—usada contra todos—tarde o temprano se desgastará. La credibilidad de EE.UU. como líder global se está desmoronando porque sus amenazas ya no se toman en serio. La pregunta es cuánto tiempo tardará este galimatías en colapsar bajo su propio peso.  Si algo ha dejado claro la presidencia de Trump es que su capacidad para desatar caos es inagotable. Su desprecio por las instituciones, su tendencia a gobernar a golpe de capricho bipolar y su convicción de que la diplomacia se reduce a transacciones comerciales han convertido a EE.UU. en una fuerza impredecible.

Europa, forzada a buscar autonomía, podría terminar más unida de lo que ha estado en décadas. China, con su paciencia estratégica, sigue fortaleciendo su posición sin disparar un solo tiro. Y Rusia, pese a todas las predicciones de colapso, ha demostrado que aún tiene margen para maniobrar, quizás ahora apalancado por un antiguo espía que llegó al poder.

Los imperios no caen de la noche a la mañana, se erosionan desde dentro, debilitados por excesos, arrogancia e incapacidad de adaptarse a los cambios. Trump no es el artífice de su declive, pero sí es el acelerador del proceso. Su política exterior es la de un hombre que no entiende el mundo más allá de sus erráticos impulsos de comerciante.

Mientras tanto, en las grandes capitales, se trazan nuevos mapas del poder global. Trump cree que está restaurando la grandeza de su país, en realidad, está pavimentando el camino para un mundo donde su país ya no será el actor dominante. Cuando sus seguidores se den cuenta del engaño, y lo sufran en sus bolsillos, será demasiado tarde para corregir el rumbo.

Plus: «Make America Grate Again» podría terminar en «Make America Think Again»

  • Investigador en ciencias de la salud y observador de asuntos globales.
     
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