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Reseña Dédalo

DéDalo

Camilo Bogoya

*Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2020,

187 p.

Andrés Vergara Aguirre

Vergara Aguirre, A. (2021).  Reseña  del  libro  Dédalo  de  Camilo  Bogoya. Estudios de Literatura Colombiana 49, pp. 269-271. DOI: https://doi.org/10.17533/udea.elc.n49a161

 

Dédalo  es  una  novela  preñada  de  hibridez,  en  la  que  se  entrelazan  de  manera  inteligente  la  histo-ria del mítico artesano que construyó el laberinto para  el  Minotauro,  y  la  historia  del  secuestro  de  una  joven  en  la  Colombia  contemporánea,  quien  es  sometida  a  un  cautiverio  que  nos  recuerda  no  solo  que  el  secuestro  es  uno  de  los  más  crueles  e  ignominiosos actos contra el ser humano, sino que además en algunos casos la crueldad puede ir más allá de todo límite. Así, vemos a una muchacha en-cerrada en una celda en la que tiene muy poco es-pacio para moverse, donde debe aguantar hambre durante muchos días, mientras ve cómo el perro de la guardiana —otra bestia feroz— se toma la sopa y devora los huesos que ella quisiera comer, aunque se tratara de huesos humanos.

Dédalo es una historia dura, que nos deja ver la  agonía  de  una  secuestrada  que  lucha  por  sacar  fuerzas  de  la  imaginación  para  mantenerse  con  vida,  mientras  el  hambre  y  la  exposición  a  la  in-temperie la van devorando hasta que la piel apenas le forra los huesos, y aun vemos cómo uno a uno va perdiendo sus dientes.

El modo como se entrelazan las dos historias —la mitología en la antigua Gre-cia  y  la  violencia  en  la  Colombia  contemporánea—  se  convierte  en  una  sugestiva  invitación a reflexionar sobre muchos aspectos que se cruzan en ambas secuencias. La actitud mezquina que asume Dédalo, cuando celoso porque el talento de su pequeño sobrino es un anuncio de que se convertirá en su digno sucesor, y que hasta podría superarlo,  decide  asesinarlo,  y  las  relaciones  entre  los  monarcas  y  entre  los  mismos  dioses, por ejemplo, mediadas por la envidia, los celos, la vanidad, las traiciones y el rencor, guardan similitudes con las relaciones entre los políticos y los poderosos en nuestro  país  hoy,  como  bien  lo  advierte  la  secuestradora,  cuyo  discurso  y  contexto  permiten concluir que ella pertenece a un movimiento guerrillero.

En  el  mismo  sentido,  al  leer  sobre  el  laberinto  del  Minotauro  y  los  catorce  jóvenes  atenienses  que  cada  año  eran  arrojados  allí  para  que  los  devorara  aquella  criatura  híbrida,  podemos  pensar  que  existe  cierto  paralelismo  con  las  historias  de  muchos  de  los  jóvenes  colombianos,  que  consuetudinariamente  son  arrojados  a  las  fauces de ese monstruo de la violencia, cualquiera que sea el ejército del que formen parte —de izquierda, derecha o delincuencia común—. Al fin de cuentas, en medio de la orgía de sangre se vuelve muy difícil distinguirlos. La misma Flora, secuestra-da, está atrapada en ese laberinto, y tendrá que echar mano de todo su ingenio en el intento de salir de allí; no obstante, aunque lograra encontrar la salida, ya las cosas nunca más serían como antes de aquella pesadilla.

Esta es una novela corta, de 187 páginas que son suficientes para dejar una pro-funda reflexión sobre las violencias que estremecen a Colombia. Así nos lo recuerda uno de los personajes cuando advierte que “Al país lo están exhumando, región por región” (p. 185). Con esto alude, por supuesto, a los miles de desaparecidos desperdi-gados a lo largo y ancho del territorio colombiano, en crímenes protagonizados por los distintos actores en contienda.

La  narración  está  distribuida  en  38  capítulos  cortos,  donde  se  alternan  sobre  todo las voces de tres de los personajes, que asumen la narración en la mayor parte del  relato,  y  donde  Flora,  la  secuestrada,  gana  un  rol  protagónico,  pues  es  precisa-mente ella una especie de Sherezade que se esmera por despertar la curiosidad de la guardiana con los relatos que le va contando, algunos de su propia vida y otros ajenos, para ganar tiempo, tiempo que se vuelve prolongación de la agonía pero también una esperanza de sobrevivencia, y de aplacar la crueldad de la otra mujer, que al comienzo se muestra  dura,  fría,  impermeable.  Y  una  de  esas  historias  es  precisamente  la  del  mítico Dédalo, una historia que muchas veces le contaría a la niña Flora su padre, un bibliófilo vendedor de ediciones de lujo antiguas, que por cierto lleva mucho tiempo sin vender un ejemplar.

En cuanto a la escritura, la novela muestra buen dominio de las técnicas narra-tivas. Hay una clara diferenciación, por ejemplo, entre el relato de Dédalo, narrado por uno de los personajes pero con palabras prestadas, en un tono y un estilo que le dan mayor credibilidad al discurso —y que evidencia una gran deuda del autor con el maestro Jorge Luis Borges, cuyo magistral cuento “La casa de Asterión” encuentra una gran resonancia aquí—, y el relato del presente, con unos lenguajes y unos tonos mucho más próximos a nuestra realidad, con algunos giros coloquiales, por ejemplo, e incluso con algunas palabras mal empleadas o mal dichas, en el discurso de un perso-naje malhablado como la guardiana, con lo que se busca mayor autenticidad, incluso cuando escucha los relatos mitológicos y los apropia en su lenguaje y en su realidad, como en este pasaje, que es su reacción al escuchar la historia de Ícaro y sus alas de cera derretidas por desafiar al sol:

de aquí hasta donde termina la vista hay gente que echó a volar y le quemaron las alas y la ropa y las fincas se las chamuscaron, gente brava, como nosotras, que quiere coger el sol entre las manos, que quiere llegar lejos, y vea lo que pasa, gente joven, sin peso en los hombros, gente que se desboca y no tiene freno [...] gente que vuela muy alto, y de lo alto se estrellan, se dan contra el cielo, y de ese totazo nadie la levanta a una, como usted dice, una historia muy triste (p. 140)

Y a propósito de este párrafo citado, que comienza en minúscula y termina sin punto —valga  la  aclaración—,  esta  es  parte  de  la  técnica  utilizada  por  el  autor  para  marcar  diferencias entre los distintos discursos del relato, por ejemplo, y también para indicar la relación de continuidad —o en algunos casos de discontinuidad— entre las narraciones.Camilo  Bogoya  estudió  literatura  en  la  Universidad  Nacional  de  Colombia;  hizo su Maestría en Literatura Comparada y su Doctorado en Literatura Francesa en la Universidad de París III (Sorbonne Nouvelle). Se desempeña como profesor de Literatura en la Universidad de Artois, Francia. En su producción se refleja un con-sumado lector, y también se muestra un escritor llamado a dejar una gran obra. Con esta novela obtuvo el Premio Nacional de Novela Universidad de Antioquia en 2019.

Enlace a la revista: https://revistas.udea.edu.co/index.php/elc/article/view/346689/20805658?fbclid=IwAR3BYRDwdlMsNgYnX1JBDayeML7xKkTDx3SjczJU-GSdXleW7knLwA8YRiw

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