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"...Vivimos un presente de políticas de fomento de la ciencia y la tecnología a nivel nacional donde las ciencias sociales y humanas son tratadas desde parámetros ajenos y donde, explícitamente, se da prioridad a unos saberes considerados más “científicos” que otros..."
Como lo señaló el antropólogo Arturo Escobar en la reciente conferencia de CLACSO realizada en Medellín entre el 9 y el 13 de noviembre, “no podemos pensar el posconflicto con las mismas categorías del conflicto”, una manera de expresar el reto que tenemos frente al presente político que vive el país es “pensar de otra forma”. Considero que este es un excelente punto de partida para abordar la relación entre educación y región, especialmente porque nos pone frente al debate de la construcción de una paz duradera en territorios diversos, donde hoy se ponen en riesgo otros modos de existencia, no sólo por el autoritarismo armado, sino por el lucro y el capitalismo.
Mientras el profesor Escobar compartía sus reflexiones en Medellín, en Bogotá, durante la ceremonia de entrega de los “Premios de Periodismo Regional” de la Revista Semana, era elegida como ganadora al “mejor medio comunitario”, la experiencia Memorias del Río Atrato[1]. Esta es una plataforma de comunicación en la que los habitantes de los territorios de Antioquia y Chocó, que confluyen en el territorio colectivo de comunidades negras del Medio Atrato, hacen públicas sus voces de rechazo a la guerra, sus formas singulares de resistir y sus apuestas de paz. Una paz que, como ellos lo han expresado en varios escenarios, no puede desarticularse de las luchas históricas por la defensa de la vida y el territorio.
Experiencias como esta donde diversos colectivos hacen visibles sus modos de ser en sus territorios, de construir región y país, nos dejan importantes lecciones. Uno de los aprendizajes que el pueblo afroatrateño le ha dejado al país es la posibilidad de re habitar los territorios marcados por el horror de la guerra y el despojo, que se crea día a día desde sus luchas para continuar existiendo con autonomía y autodeterminación en sus territorios colectivos. Que los ríos, montes y selvas son parte integral de su vida, y que cuando atentamos contra ellos estamos atentando contra la posibilidad de hacer una “vida sabrosa”, donde el movimiento, el encuentro con los parientes, los santos, los muertos y las plantas son fundamentales para alcanzar el bienestar.
En este sentido, vemos necesario enmarcar el debate sobre la paz más allá de las coordenadas del Estado, los grupos armados y la Habana - reconociendo la importancia de esos actores y ese escenario de negociación. Entendemos que discutir la paz implica repensar los mundos que construimos y la posibilidad de cultivarlos en escenarios de pluralidad. Entendemos que después de firmados los acuerdos, los lugares de negociación, implementación y debate, van a multiplicarse por todos los rincones de nuestra geografía, y es desde los escenarios locales desde donde se visibiliza que esa paz como nuevo posible, como nueva imaginación política, tendrá lugar o fracasará.
Como llama la atención la antropóloga Diana Bocarejo “El proceso de paz actual es un proceso sin garantías, utilizando las palabras de Stuart Hall (1986, 43), en el cual los acuerdos tienen una vida local propia mediada por las ambigüedades y contradicciones de las expectativas y experiencias de los pobladores, y más ampliamente por las “condiciones concretas de su existencia”. Así como la violencia no es una interrupción de la vida ordinaria, sino que es creada y vivida en el día a día, la paz debe ser una paz ordinaria que logre reconfigurar las dinámicas locales del poder”[2]. Esta paz ordinaria, es la que muchos campesinos, indígenas, afrodecendientes y demás pueblos víctimas de la guerra, están imaginando y construyendo en sus acciones colectivas todos los días. ¿Cómo la Universidad acompaña la construcción de esa paz ordinaria en lo local, la paz que transforma las sociabilidades guerreras, las relaciones de poder autoritarias y las jerarquías de conocimiento que han servido para legitimar unos modelos de vida y desarrollo, mientras otros, son aniquilados?
La universidad como espacio abierto, público y plural, abre rutas para pensar y construir con esos pueblos que han sido ubicados en condiciones de subalternidad. Es en la posibilidad de abrir los caminos y perspectivas del conocimiento donde muy seguramente se podrá aportar a la reconstrucción de muchos proyectos de vida colectivos e individuales que han sido fracturados por la guerra. Desde la Universidad tenemos la responsabilidad de aportar al reto de “pensar de otro modo”, reconocer otros saberes y democratizar el conocimiento. Porque la paz implica reconstruir sociabilidades basadas en el respeto y en la diferencia, en las que el encuentro con el otro permita el disenso, y a partir de ahí, la creación de mundos para vivir en tanto diferentes sea posible.
Vivimos un presente de políticas de fomento de la ciencia y la tecnología a escala nacional donde las ciencias sociales y humanas son tratadas desde parámetros ajenos y donde, explícitamente, se da prioridad a unos saberes considerados más “científicos” que otros. Si en la Universidad no reconocemos el valor de todos los saberes- incluso aquellos que no tienen a la Alma Máter como el espacio de creación por excelencia- si la educación superior no fomenta esa horizontalidad, diversidad e interdisciplinariedad, seguramente se reducirán los horizontes para la construcción de esa paz que apunte a la democracia y la pluralidad.
Ese dialogo de la educación superior con las regiones y la construcción de paz debe articularse a la estrategia de regionalización de la universidad, y en ese sentido, esperamos que los nuevos caminos que esta estrategia emprenda, contribuyan a ese propósito. Sin embargo, el compromiso de la universidad con los territorios más apartados y afectados por la guerra, no puede ser un eje desarticulado, debe permear todos los ejes misionales de la universidad para contribuir a la construcción de paz desde el diálogo de saberes. Debe preguntarse por las condiciones necesarias para aportar a las regiones en su singularidad, desde la educación. Debe brindar las herramientas propicias para que “otros” modos de hacer el mundo y conocerlo, sean reconocidos en el proyecto universitario.
No se trata entonces de una educación superior que se piensa y se construye sólo desde la centralidad, desde la cientificidad que excluye otros conocimientos y los parámetros de calidad externos, se trata de una educación que promueva “otras” ciencias, otras formas de existir y conocer tengan lugar, en las que aquellos que han vivido las inclemencias de la guerra, los que tal vez no son estudiantes de excelencia porque fueron desescolarizados en medio de las balas, también puedan llegar a la Universidad. Que la Alma Máter de Antioquia se deje permear por los conocimientos y experiencias de los territorios diversos, por el dolor de las víctimas que puede transformarse en una fuerza de reconstrucción social y política, sin duda, son pasos indispensables para imaginar un futuro en paz.
Como bien nos lo enseñó la maestra María Teresa Uribe “Lo público es (…) la dimensión donde se forman las identidades, los sentidos de pertenencia, los referentes simbólicos y éticos, el espacio de las representaciones, el espacio de los proyectos políticos y culturales, el lugar privilegiado de la ética”(p16) [3]. Si pensamos el proyecto universitario articulado a las regiones como un espacio privilegiado para reconstruir nuevos sentidos de lo público, en el que quepan muchos mundos tenga lugar la disidencia, la diferencia, estaremos abonando un campo fértil para que esa articulación educación, paz y región traiga buenos frutos.
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Referencias bibliográficas
Bocarejo Diana, 2015. “Una Paz Ordinaria en un Paisaje Dispar de Añoranzas”
http://www.culanth.org/fieldsights/676-an-ordinary-peace-in-a-disparate-landscape-of-longings#ST
Uribe María Teresa, 1992. “Notas coloquiales sobre ética y política”. En: Ética para tiempos mejores. Corporación Región. http://www.region.org.co/images/publicamos/libros/libro_etica_para_tiempos_mejores.pdf
Nota
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