Opinión

“La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados.” (Martin Luther King)

Cuando se habla de justicia, de equidad, se piensa en conceptos utópicos, en el propósito o ideal de toda sociedad, pero de talante poco realista o al menos no del todo alcanzables.  Sin embargo, de cara al tercer milenio estos temas están cada vez más presentes en la agenda pública de gobiernos y entidades multilaterales.

Con el fin de lograr el cierre de brechas a nivel mundial, hay identificadas unas metas por Naciones Unidas que buscan la acción entre todos los países, con el fin de promover la prosperidad humana en el horizonte 2030.  Estos son los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)[1]

Pero ¿cómo se puede hablar de progreso social cuando la mitad de la población sufre condiciones de vulneración?  Datos del Banco Mundial indican que del total de la población, 3.700 millones son mujeres (2018)[2] de las cuales sólo el 16.2% viven en países catalogados como de ingreso alto.

En el resto del mundo los retos de bienestar son mayores en temas como acceso a educación, servicios de salud, inclusión laboral, prevención de violencias, reconocimiento de derechos económicos y civiles…  

Por eso, el Objetivo de Desarrollo Sostenible No. 5 busca terminar con todas las formas de discriminación y violencia contra mujeres y niñas, incluyendo el tráfico y la explotación sexual; reconocer el valor del trabajo domestico y de cuidado no remunerado; promover el acceso a salud, educación y vinculación laboral en condiciones de equidad; e impulsar el reconocimiento de los derechos económicos y la participación de las mujeres en esferas políticas.    

En el reporte de avance de los ODS a 2019 respecto a este objetivo[3], se reportan que varios países han avanzado, pero otros continúan ignorando la inequidad en las condiciones de sus mujeres y niñas.  De los 36 países de la muestra de la OECD[4], sólo Noruega reporta haber alcanzado los objetivos de equidad de género[5]. Para el caso colombiano, se avanza, pero aun hace falta implementar acciones[6].

Como lo menciona Naciones Unidas, “la equidad de género no sólo es un derecho humano fundamental, es también una base necesaria para un mundo pacífico, próspero y sostenible”.  El hecho que exista una agenda política internacional es importante, porque permite un seguimiento, pero ¿qué pasa con las acciones locales, familiares? El pasado 8 de marzo se publicaron datos sobre la situación de las mujeres en Medellín y es mucho lo que hay por hacer en términos de calidad de vida[7].   

Más aún, ninguna transformación social se da por decreto, sino que es el resultado de una conciencia individual que se hace colectiva. Por eso, la invitación es a pensar en clave de equidad entre mujeres y hombres tanto en la esfera privada como en la pública.  Así, reflexionemos ¿cómo es nuestra actitud en el hogar, en el trabajo, en la calle? 

¿Cómo se valora el trabajo del cuidado doméstico, en la mayoría de los casos realizado por mujeres que son abuelas, madres, esposas? ¿Cuál es nuestra reacción frente a situaciones de vulneración a mujeres y niñas a nuestro alrededor? 

¿Qué tipo de relaciones entre hombres y mujeres estamos construyendo o promoviendo desde nuestras actitudes y comportamientos?  Es mucho lo que hay para considerar y para transformar. Ese es el reto.