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¿Renegociar el proceso de paz?

06/09/2016
Por: Adrián Restrepo Parra - Profesor del Instituto de Estudios Políticos

Pero vale también preguntar: ¿por qué suponer que la guerrilla no estaría dispuesta a realizar un reajuste a los acuerdos según las demandas de la oposición al proceso de paz? Porque aceptar esos reajustes equivale a que la guerrilla acepte renunciar a su naturaleza política y por contrapartida acepte ser tratada como otro grupo delincuencial.

Los opositores al proceso de paz en Colombia insisten en que no están en contra de la paz sino en contra del actual proceso de negociación, porque consideran que tal como está pactado hace insostenible la paz en el país. Por eso, en el plebiscito enfilan sus energías para promover el no. Según algunos de los promotores de esta postura, en el eventual caso de ganar el no este resultado no terminaría con el proceso de paz sino que permitiría reabrir y ajustar ciertos puntos —ya negociados— con el propósito de hacer modificaciones que, al realizarse, permitan una paz sin impunidad. 

De acuerdo con esta postura, algunos de los ajustes que deberían hacerse al proceso de negociación serían: establecer el pago efectivo de cárcel para los guerrilleros máximos responsables de crímenes atroces, declarar la inhabilidad política para éstos, devolución de los capitales apropiados por la guerrilla, especialmente los del narcotráfico, y excluir a los guerrilleros de la conformación del Tribunal Especial de Paz. Dicen los opositores, que esta reorientación de los diálogos permitirá, ahí sí, construir una paz estable y duradera.

Esta manera de presentar los posibles beneficios del no contiene varios implícitos; por ejemplo, supone que la guerrilla estaría dispuesta hacer modificaciones sobre puntos ya negociados y supone también que, en esa eventualidad, la guerrilla aceptaría los términos de la renegociación en el sentido anteriormente señalado. En esta lógica, la noción de renegociación de los opositores al actual proceso conlleva esta peculiaridad: es una renegociación sin contraparte. ¿Por qué? Porque el aparente punto de partida es que la contraparte, en este caso la guerrilla, en el eventual escenario de ganar el no estaría dispuesta a cooperar o aceptar la reapertura de puntos saldados. 

Ante esta manera de justificar el no en la votación en el plebiscito surgen algunas inquietudes menos optimistas al escenario que proponen los partidarios del no; por ejemplo, ¿qué pasaría si la guerrilla dice que no acepta reabrir puntos ya negociados? ¿Qué pasaría si la guerrilla dice no a hacer los ajustes tal como los demanda la oposición al proceso? ¿Por qué la guerrilla, en ese eventual escenario de ganar el no, sí aceptaría renegociar en los términos que expone el senador Uribe Vélez cuando esta misma guerrilla se negó a negociar con él cuando era presidente? Estas preguntas nos ubican en otro eventual escenario, uno en el cual la guerrilla sí actúa como contra parte. 

Si tal como dicen los opositores al actual proceso no se oponen a la paz, entonces en este otro escenario, ¿cuáles son las opciones que ofrecen? Podríamos pensar, por ejemplo, una línea de acción así: los partidarios del no, en aras de preservar la paz como dicen, se quedarán negociando con la guerrilla hasta que esta acepte todos los reajustes. Suponiendo este camino, vale preguntar: ¿la renegociación sería sin plazos? Por lo que sabemos, la respuesta es no, pues la oposición ha sido insistente en que deben ponerse plazos y ojalá cortos. Siendo así, ¿qué pasaría si al final de los plazos cortos no hay renegociación? Sobre estas preguntas la oposición ha guardado silencio, posiblemente porque saben cuál es la respuesta: la guerra.

Pero vale también preguntar: ¿por qué suponer que la guerrilla no estaría dispuesta a realizar un reajuste a los acuerdos según las demandas de la oposición al proceso de paz? Porque aceptar esos reajustes equivale a que la guerrilla acepte renunciar a su naturaleza política y por contrapartida acepte ser tratada como otro grupo delincuencial. ¿Renunciaría la guerrilla a su naturaleza política cuando ese reconocimiento fue condición para empezar los actuales diálogos de paz? La respuesta es no. De hecho, ese fue uno de los obstáculos mayores para establecer diálogos entre la guerrilla y el gobierno del ahora senador Uribe: no querer otorgarles estatus político. Ni siquiera se reconocía, recuérdese, la existencia de un conflicto armado. Por tanto, nuevamente la pregunta para los opositores al proceso es esta: en ese escenario, ¿cuál es la salida diferente a la guerra?

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