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Sociedad

La universidad, espacio para pensar la sociedad

01/12/2015
Por: Diego Jaramillo Giraldo y Natalia Piedrahita Tamayo - Dirección de Regionalización

La VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales fue la ocasión para que Pablo Amadeo Gentili, secretario ejecutivo de CLACSO, analizara temas relacionados con regionalización, calidad, investigación y las actuales perspectivas y desafíos para la educación superior en América Latina.

Pablo Amadeo Gentili es maestro en Ciencias Sociales con mención en Educación, realizó un doctorado en Educación en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente coordina el núcleo de Política Educativa de la Universidad Metropolitana de Ecuador, UMET, y es profesor de la Universidad do Estado do Rio de Janeiro, UERJ. Cuenta con experiencia de más de 20 años como investigador y docente de áreas relacionadas con las políticas públicas y formación humana, además ha publicado cerca de 80 artículos en revistas académicas latinoamericanas y europeas. 

¿Qué ha pasado con la educación superior en sociedades en las que impera la homogeneización y la tecnificación de los mercados?

Muchas universidades latinoamericanas se han expandido. Este proceso, que en algunos países comenzó a partir de la segunda mitad del siglo XX, masificó el acceso a la educación superior y esto le generó un gran desafío a la universidad: el aumento de las oportunidades de acceso de los más pobres o de sectores de las clases medias que permanecían aún sin posibilidades de ingreso. Este panorama nos ha creado la necesidad de redefinir el papel que deben tener las universidades en nuestras sociedades. 

En América Latina todavía tenemos unas tasas bajas de escolarización en comparación con los países más desarrollados, pero son más altas que las que teníamos hace 30 años. Algunos países, incluso, han hecho de la expansión de la educación superior una de sus políticas públicas de democratización y ampliación de oportunidades para los más pobres. Brasil es un ejemplo de ello, en doce años duplicó su matrícula universitaria. En 8 años se construyeron más universidades que en cualquier otro periodo de la historia brasileña. 

¿Cómo se concreta el desafío que usted menciona?

La pregunta en América Latina es cómo se definen o para qué sirven las universidades en un escenario de transformaciones tan profundas como las que viven nuestras sociedades y el mundo. 

Hay dos modelos de universidad que han venido imperando pero que son muy diferentes. Uno que pretende replicar el carácter elitista de la universidad en un contexto de expansión, lo que genera un proceso de mayor diferenciación y segmentación del sistema universitario, donde se reservan instituciones de alta calidad para porciones muy reducidas de la sociedad con mayores ingresos. De otro lado, un sistema universitario muy degradado, con pocas oportunidades, pésima infraestructura y dominado en su mayoría por la oferta privada. Estos dos escenarios nos llevan a la imperiosa necesidad de pensar un sistema más integrado, menos segmentado y diferenciado, donde las variables expansión y calidad se juntan y no se contraponen, y así permiten construir mejores oportunidades educativas para mayores segmentos de la población.

¿Cuál debe ser el papel de las universidades?

El papel no debe asociarse solo a las posibilidades de responder a demandas académicas y laborales, sino que deben propiciar espacios en los que se piense el modelo de sociedad y de relaciones humanas que queremos establecer. 

Es evidente que la universidad forma profesionales, pero sacarle sólo la dimensión valorativa del proceso de formación significa pensar que ésta transmite las competencias laborales necesarias para el empleo, dejando la dimensión ética del desarrollo humano de lado, y la universidad se transformaría entonces en un espacio cómplice de las injusticias, desigualdades y falta de oportunidades para las grandes mayorías. Es necesario encaminarnos hacia un modelo de universidad que combine calidad con inclusión y que trascienda la preocupación por los conocimientos técnicos adquiridos, que genere la idea de que las profesiones sirven, además de para ganar dinero, para construir sociedades más justas e igualitarias, ética y políticamente más comprometidas. 

¿Podemos hablar de regionalización de la educación superior?

Ante el desafío de cambiar el espacio de inserción de la universidad, más allá de los grandes centros urbanos y las grandes capitales, se desencadenó un proceso de descentralización que aún es incipiente en América Latina pero en el que se ha avanzado. 

En algunos países ha significado expandir modelos centralizados y eso ha tenido efectos en la construcción de mega-universidades asociadas a las grandes urbes. En otros se ha dado una tendencia que debe seguirse: la expansión en contextos de descentralización, llevando a la universidad hacia el interior de las regiones y los departamentos, y haciendo más cercana la formación a las comunidades. 

Esto no es fácil y es costoso porque no siempre hay profesionales disponibles fuera de los grandes centros urbanos para hacer docencia, además deben hacerse grandes inversiones porque muchos programas requieren de muy buena infraestructura, tenemos que trabajar en función de las necesidades locales, por ejemplo en el desarrollo rural y en la formación pedagógica. El hecho de que la mayor parte de los docentes se formen en los grandes centros urbanos genera después que los buenos profesionales de educación se quedan en las ciudades, generando un déficit en las regiones. 

¿Qué se entiende por calidad y cuál es su importancia en términos de democratización de la educación en Latinoamérica?

Hay dos modelos de desarrollo universitario con diferentes visiones de calidad, uno elitista-fragmentado y otro de mayor inclusión que combina calidad con expansión.

El modelo elitista tiene una visión de la calidad asociada con una serie de estándares o de criterios de evaluación, a partir de los cuales se miden la productividad docente y la calidad de los cursos, con una serie de parámetros tomados del mundo empresarial que valoran la capacidad productiva de las universidades como si se tratara de empresas, por ejemplo se evalúa solo la cantidad de artículos publicados en revistas extranjeras o las tasas de graduados. Estos aspectos son importantes, pero por sí solos no alcanzan a definir la calidad de una universidad, que está ligada con la función social que cumple. 

Muchas de las llamadas “mejores universidades latinoamericanas” son profundamente injustas en las relaciones de género que allí se establecen: los hombres ganan más que las mujeres, nunca han tenido mujeres dirigentes y de las 200 principales universidades latinoamericanas, sólo 18 tienen rectoras. Luego uno mira la expansión del proceso universitario y las principales beneficiadas en términos de cobertura y acceso son las mujeres, pero la estructura de gobierno de las instituciones no se democratiza de la misma manera. Una universidad patriarcal, machista, discriminadora, no es bajo ningún aspecto un modelo de universidad de calidad.

¿Cómo debe evaluarse entonces la calidad de las universidades?

Un aspecto es la posibilidad de acceso para que jóvenes de sectores populares estudien. No es lo mismo evaluar una universidad con 3 mil estudiantes, donde cada uno paga 10 mil dólares por año, a una universidad de 170 mil alumnos que tiene que generarle recursos y condiciones a los jóvenes para que puedan estudiar. Evaluar ambas universidades bajo los mismos parámetros es un sinsentido.

Que en sociedades como la argentina, la brasileña o la colombiana, los jóvenes de familias que nunca tuvieron acceso a la universidad, sean la primera generación en ingresar a la educación superior es una enorme oportunidad social, es la posibilidad de revertir una deuda histórica que la sociedad tiene con esas familias. Es más difícil trabajar con jóvenes de sectores populares y revertir las condiciones de familias que muchas veces no tienen libros, bibliotecas, computadores; esta es una marca de calidad. Colombia necesita más universidades democráticas y abiertas. Definitivamente hay que defender un concepto de calidad con inclusión.

¿Qué papel le correspondería a las universidades colombianas en un eventual escenario de posconflicto?

El avance de Colombia en la construcción de un acuerdo constituye un esfuerzo colectivo del Gobierno Nacional, la sociedad y las propias FARC, en lo que corresponde a la guerra más larga de Latinoamérica. 

Las ciencias sociales y las humanidades han tenido un papel vital en este proceso de diálogos de La Habana. Las universidades siempre han estado presentes, participando, acompañando, investigando; pero también en un eventual escenario de posconflicto, van a tener muchísimo que aportar para pensar cuestiones como la convivencia democrática, la memoria, la reinserción; porque hay muchos miedos y desconfianzas en la sociedad colombiana que las ciencias sociales pueden ayudar a despejar. El estudio histórico del conflicto nos ayuda a pensar cómo superar el temor y la desconfianza.

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