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Gente UdeA

Más que un rótulo

13/03/2019
Por: Stiven Arias Henao — Periódico Alma Mater

Con Tumaco en el corazón, la resiliencia de los africanos en sus genes y una carrera científica digna de elogio, Ricardo Torres Palma —docente de la Universidad de Antioquia— fue reconocido en los premios Afrocolombianos del Año 2018.

Ricardo Torres Palma es docente e investigador de la Universidad de Antioquia. Foto: Juan Pablo Hernández Sánchez

Ser el científico latinoamericano más citado en su área de investigación es solo una de las formas en que Ricardo Torres reivindica sus orígenes. En una sociedad feroz que impone estigmas como blandiendo un candente hierro de marcar, es valioso que alguien demuestre que las personas son más que un rótulo. Ese es, precisamente, el homenaje de este tumaqueño a sus raíces. Y es también, quizás, la mayor de sus conquistas.

Ricardo Antonio Torres Palma nació el 27 de agosto de 1974. El municipio de Tumaco, en Nariño —tierra flagelada por el conflicto y las desigualdades— tiene en Ricardo a un hijo que empuñó lapiceros en vez de armas. El colegio le dejó claro que su ruta de vida sería la química, la cual recorrió en la Universidad del Valle desde 1993.

La víspera del nuevo milenio le trajo la graduación del pregrado en Química y el inicio de una maestría en la misma área, en 1998. Sin embargo, más que empezar un posgrado, lo que lo acercó a sus sueños fue conocer a su gran mentor: el profesor colombiano César Pulgarín Gómez, con quien se encontró en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza.

Con su ayuda, Ricardo accedió a una beca para completar su posgrado en suelo suizo. Un año de investigación científica en Europa lo preparó para sustentar su tesis de maestría en la Universidad del Valle. En Suiza también trabajó, por un año y medio más, en el tratamiento electroquímico de aguas. Sin embargo, su sueño de niño —trabajar en una universidad prestigiosa del exterior para aspirar a un Nobel— cambió casi sin percibirlo.

«Si hay un niño…»

«Suiza es Suiza, pero las necesidades están en Colombia». Así describió Ricardo su nueva perspectiva. Ahora quería trabajar por la sociedad que lo vio crecer, y la vida le tenía preparada una nueva casa para hacerlo: la Universidad de Antioquia.

La Universidad realizó una convocatoria para vincular a docentes con motivo de su bicentenario, que se celebró en 2003. Como su perfil encajaba a la perfección, el químico se persuadió con delirio: «¡Esto es para mí!». Así, se vinculó a la Alma Máter de los antioqueños en febrero de ese año.

Poco después consiguió una beca para doctorarse en Química, en Francia, país que anheló conocer desde su infancia. Aunque a veces lo veía cuesta arriba, lo consiguió. En 2008 se graduó con máximos honores de la Universidad de Saboya y regresó a la Universidad de Antioquia.

Pero su estancia en tierra paisa no duró mucho. El año siguiente viajó a la Universidad de Toronto, en Canadá. Entre 2009 y 2011 realizó un posdoctorado y profundizó en el uso de técnicas de ultrasonido para el tratamiento de aguas, herencia académica con la que fundó, a su retorno a Colombia, el Grupo de investigación en remediación ambiental y biocatálisis, en la Universidad de Antioquia.

En 2017 el Grupo fue reconocido en la categoría A1 de Colciencias. Por eso cuesta creer que en 2015 todos los equipos del laboratorio fueran donados o reciclados. Aun así, Ricardo lideró una gesta que lo tiene como el segundo investigador con más publicaciones en revistas de alto impacto de la Universidad de Antioquia, desde 2017 —según la base de datos bibliográfica Scopus—.

Él atribuye sus logros a tres elementos. Primero, su herencia genética. «Fue muy complejo para los africanos desarraigados de sus familias llegar aquí. Creo que tengo en mis genes esa resiliencia y una fe muy grande en lo que puedo hacer». Esa fe es el segundo elemento, pues le permitió beber de prestigiosas fuentes académicas en Suiza, Francia y Canadá. La tercera clave —dice— son las relaciones humanas.

Su carrera científica es digna de elogio. De hecho, en diciembre del 2018, Ricardo recibió el reconocimiento de la Fundación Color de Colombia y el periódico El Espectador como el Afrocolombiano del año, en la categoría Academia. Dicha ponderación tiene sentido para él, especialmente «si hay un niño que pueda inspirarse en mi historia para no coger un arma», dijo.

Prueba de su sentir es un programa de becas para la educación superior que creó con familiares y amigos. Tumaco en el corazón es el nombre del programa que ya tiene a cinco jóvenes estudiando en distintas universidades del país. Es en casos así que la expresión «si hay un niño…» cobra vida más allá de la utopía. Sí, la historia de Ricardo lo confirma: somos mucho más que un rótulo.

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