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Cultura

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UdeA Noticias
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Sociedad Cultura

Homenaje a «un pequeño gran hombre»

06/11/2019
Por: Redacción UdeA Noticias

En presencia de la familia del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, sus amigos y colegas, la Universidad de Antioquia rindió un homenaje al escultor por los cien años de su natalicio y por sus contribuciones en el afianzamiento de la Institución como centro de creación, preservación, transmisión y difusión de la cultura en el país. 
 

De izquierda a derecha: María Elena Quintero González, viuda de Arenas; John Jairo Arboleda Céspedes y Rita Virginia Arenas Rojas, hija; durante el homenaje.

«Tenía mucha imaginación y de verdad que la tenía… llegaba un momento en que uno no podía saber si lo que estaba hablando con él eran historias verdaderas o eran producto de su imaginación. Tenía tal virtud para contar las cosas que uno acababa creyéndolas, uno acababa aceptando lo que él decía y lo contaba como una gran verdad. Ese pequeño hombre que no medía más de 1.50 cm de estatura, tenía ideas que podrían llegar de aquí al infinito.», así lo recuerda su hija Rita Virginia Arenas Rojas, como un pequeño gran hombre que en sus obras plasmó el trabajo, la libertad y todo lo que representa al ser humano como poseedor del universo.

Las familias Arenas Rojas y Arenas Quintero recordaron con orgullo y alegría a su padre, al maestro, al artista y al activista social cien años después de su nacimiento, el 23 de octubre de 1919.

Las obras del maestro Arenas acompañan la memoria de quienes transitan y han transitado por el Campus de la Universidad de Antioquia y de quienes conviven cerca a sus monumentos en Medellín y Rionegro, Antioquia; Pereira, Paipa, Boyacá; Barranquilla, Armenia, Bogotá y Neiva, y varias ciudades México.

Obra: Monumento a la raza. Rodrigo Arenas. Centro Administrativo La Alpujarra, Medellín. Foto Carlos Vidal Álvarez.

Para la Universidad este reconocimiento fue una oportunidad para revivir su voz y pensamiento. Arenas, lejos de ser un escultor caracterizado por el contenido teórico de sus obras, fue un artista que logró llevar hasta dimensiones impensables el arte centrado en la libertad del hombre.

Desde una perspectiva monumental, su arte es un certero homenaje a las inquietudes populares y a su imaginación legendaria, cuyas fuentes fueron la plaza, la calle, el templo y su entorno cotidiano.

«Dicen que el amor no se agradece sino que se retribuye y por eso quienes hemos sido la familia de este artista estamos aquí con el corazón crecido de orgullo y puesto en las manos de este generoso claustro », expreso María Elena Quintero González, segunda esposa del artista. 

Como parte del homenaje, la Universidad de Antioquia entregó una moción de reconocimiento a la familia del maestro Rodrigo Arenas Betancourt. Así mismo, hizo entrega oficial de una moción de reconocimiento al municipio de Fredonia, lugar para la contemplación del Maestro, de sus monumentales nubes y montañas, y la posterior gestación de su visión popular.

En su discurso durante el homenaje, el rector de la Universidad de Antioquia, John Jairo Arboleda Céspedes, dijo «Amigo de las masas, Rodrigo Arenas Betancourt habló siempre para el pueblo y sobre el pueblo. Su obra despierta e instiga la conciencia de quienes la miran, algo apenas natural en quien está dando respuestas colectivas, indicando instantes de actividad comunitaria que deben prolongarse en el tiempo. 

En sus palabras «aquí (Colombia) he logrado penetrar en la gente, en su psique, en su desasosiego, en esa violencia espiritual que, en el fondo, todos poseemos, y que, en lo profundo, me inquieta, me seduce. Es la expresión de una insatisfacción que guarda la semilla del cambio».

Es decir, la angustia que se traduce en acción, una conversión que la Universidad emprende y le propone día a día a la sociedad, a través no solo del estímulo a la creación académica, sino de su diálogo incansable con las comunidades», destacó Arboleda. 

En honor a Rodrigo Arenas y en el de quienes lo conocieron, la Universidad realizó una serie de microdocumentales denominada Arenas, el hombre creador. Esta semblanza audiovisual está disponible en el canal institucional en YouTube de la Universidad de Antioquia.

Lea el discurso completo de María Elena Quintero González, viuda del artista.

Saludamos, llenos de afecto y agradecimiento, al señor Rector y al Comité Rectoral; a la Vicerrectoría de Extensión con sus equipos de Extensión Cultural y Museo Universitario; a la Dirección de Comunicaciones con sus equipos de eventos, contenidos digitales y medios audiovisuales.

La coordinación de todas estas dependencias nos han hecho sentir que la Universidad de Antioquia reafirma con Arenas Betancourt los lazos amorosos y de reconocimiento a su memoria y a su obra, que son huella y símbolo del Alma Mater.

Dicen que el amor no se agradece sino que se retribuye y por eso, quienes hemos sido la familia de este artista, estamos aquí, con el corazón crecido de orgullo y puesto en las manos de este importante claustro.

Han pasado ya cien años desde que Arenas abriera su mirada profunda y la fijara en el Cerro Bravo. Con las montañas de Fredonia a cuestas, anduvo por el mundo añorando su pueblo y anhelando las noches llenas de brujas y de estrellas. Se fue contando su propia historia entre bronces, concreto y palabras que solo él sabía escribir y silabear para narrar la vida y perseguirse a si mismo, sangre adentro, lleno de amor o de tristeza. Le dolía contrastar su vida de hombre exitoso con la del niño aquel, en la vereda  donde creció lleno de carencias, no solo económicas. 

Como árbol de profundas raíces, Arenas se sintió desgajado cuando tuvo que partir a México. Nunca se curó de su destierro y por eso volvió a Colombia más fuerte, equipado ya para lidiar con los rencores y fantasmas que lo atormentaron hasta el momento de la muerte. Cuando regresó, aquí encontró a la mujer-tierra, mujer-Antioquia, en cada una de las mujeres que amó y exaltó en sus obras. Nació y murió en sus vientres. Maldijo y fue feliz entre sus labios.  Por las mujeres se jugó la vida y por ellas alucinó en su oficio de escultor. La mujer y el amor siempre suspirando entre sus manos de artista. 

Arenas sobrevivió a la verborragia de algunos críticos e historiadores de arte y a su veredicto venenoso, que en muchas ocasiones  lo sacó de la lista de artistas importantes. El hizo arte para mirar con deleite y amor. El hizo arte para su pueblo y  se alejó de las distinciones de los críticos, por lo cual, sus esculturas no se dejaron ahogar en el mar de palabras y citas indigestas ni en los incomprensibles  clichés de los académicos de moda.

A pesar de esto, sus monumentos  se levantan y permanecen con fuerza en muchos lugares de Colombia y México. También  está su obra en todos los rincones de la que fuera su casa-taller, en el municipio de Caldas, Antioquia donde apiladas y siempre a la espera, ostentan la desidia de las oficinas de cultura. 

En los años finales me  tocó hacer parte de la historia que tiene que ver con el trozo de la vida de Arenas que se me dio de  regalo por extraño destino. Esta experiencia, la que aún para mi no termina, marcó dulcemente la visión que yo tenía sobre el amor, la familia y el significado de pertenecer a esta bella Antioquia. Me sembró dos hijos que alegraron el reencuentro con su tierra y se consoló con ellos meciéndolos enternecido.  Mis hijos llenaron de asombro sus días, en un momento en que parecía, que ya poco tenía sentido para él.  

Con Arenas aprendí el amor insomne, el amor sin promesas . El amor que no tiene paz y que deambula sonámbulo en largas noches de espera. Me desengañé del concepto ideal del amor  y lo probé también amargo, pero profundo y redentor. Aprendí a escuchar la canción del viento, como una flauta inmensa en los labios de Arenas y en los latidos de su corazón infiel y desbocado. Aprendí que luego llega también el consuelo en la poesía y en el ritmo de mis pasos cuando iba al encuentro de su abrazo. 

Me gustaba su bíblica barba y su mirada inquisidora y razputiniana. Me encantaba su voz destemplada  sonando tangos en mitad de la noche y a la cuenta de muchos aguardientes. Me hipnotizaban las historias de sus viajes y de su condición de desterrado de Dios. Me sorprendía que en aquel cuerpo de baja estatura y complexión gruesa, se reflejara el espíritu vivaz y la fuerte personalidad que resultó de su insatisfacción y rebeldía y que lo llevó por cantinas, prenderías, ciudades perdidas en el pasado, despachos presidenciales, bosques balsámicos, apabullantes rascacielos, largas filas para entrar a los burdeles del Pireo. También anduvo por las heladas estepas y por el país de los hombres amarillos. Anduvo y siempre llegó a dónde pudo brotar la arteria que hace suceder la inquietud y la inspiración 

Cien años “ebrio y deicida; golpeando a diario ante la puerta del misterio. Inquiriendo en vano en los otros hombres y en las trémulas manos de las mujeres” No quiero soltarme nunca de su mano. Quiero prolongar para mi su memoria aún deambulando por nuestro íntimo comedor y en el desorden aparente de su mesa  de trabajo, lugar donde se mezclaron el vino, con la lista de tareas, con los cheques devueltos, con los bocetos de las obras en ejecución, con sus ocultas cartas de amor, con las páginas de un cuaderno lleno de reflexiones.

Aún sigo embelesada con la lectura de sus ensayos  autobiográficos, testimonio de su sólida formación de artista, peleando con su destino de bestia alucinada e inmerso entre sus desgarradores textos sobre la miseria y el hambre. 

Miro mil veces las fotos de su cuerpo perdido  entre los modelos de sus inmensas obras monumentales. Entiendo, cuando leo sus libretas de apuntes, las secretas motivaciones por las cuales se desterró a sí mismo del concepto de la vida bella y tranquila. Entendí por qué sufría sentado al frente de Cerro Bravo, recreando con dolor su infancia.

Lo que hoy pueda decir  con mis escazas palabras, no alcanza para expresar generosamente lo que este hombre significó en mi vida.
Arenas me dijo que había que meterse en el alma todo lo que fuera posible y luego llorar, llorar eternamente. Llorar y balbucir adioses.  Así viví los últimos días a su lado.. Había ya llorado mucho cuando él murió. Había ya sentido tanta soledad cuando él murió. Había ya aprendido a añejar el dolor cuando él murió. 

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