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Sociedad

«Soy pesimista en el corto plazo para Venezuela»: Cavarozzi

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07/03/2019
Por: Pedro Correa Ochoa - Periódico Alma Mater

Marcelo Cavarozzi es uno de los politólogos más leídos en América Latina. En una reciente visita a la Universidad de Antioquia habló con ALMA MATER sobre la situación actual de Venezuela, el rumbo de la democracia latinoamericana y el proceso de paz en Colombia.

Marcelo Cavarozzi es doctor en Ciencia Política de la Universidad de California, además es investigador principal del Conicet, en Argentina. Foto: Juan Pablo Hernández Sánchez.

En el 2016 Marcelo Cavarozzi había advertido que «la democracia está buscando un nuevo sentido». Lo dijo en su discurso al recibir el título de doctor honoris causa de la Universidad Nacional de San Martín —Unsam—, de Argentina. La coyuntura latinoamericana actual, la crisis de Venezuela y el reacomodo de gobiernos de derecha en la región, constatan que las reflexiones del reconocido politólogo argentino son hoy más que vigentes y necesarias.

Cavarozzi es especialista en política comparada en América Latina y autor de libros como Autoritarismo y democracia (1955-2005) (2006); América Latina en el siglo XXI. Hacia una nueva matriz sociopolítica (2004) y El asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal (2002). Sus profundos análisis e investigaciones han contribuido notablemente al desarrollo de la ciencia política en América Latina.

Esta entrevista fue realizada como parte de la participación de Marcelo Cavarozzi en el panel internacional «Cambio de ciclo político en América Latina: elecciones 2017-2019», realizado por el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia —IEP—, el 14 de febrero del 2019.

Los ojos del mundo están puestos hoy en Venezuela. ¿Cómo ve ese pulso de fuerzas que hay allí?
Lo primero es que hay que ubicar a Venezuela es ese proceso que se dio a partir de principio de siglo y que es lo que se llamó «el giro a la izquierda». De eso fueron parte Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador que, para ser franco, han terminado mal, excepto Bolivia. El caso de Venezuela es dramático porque es el único donde se destruyó la previa matriz económica que, como sabemos, era basada en el petróleo. Es una tragedia inédita porque no solo implica la crisis económica y de la vida cotidiana, sino que es también una cuestión de seguridad. La seguridad en Venezuela depende de policía corrupta. Y hoy lo que tenemos en frente, aparentemente, es una postura reaccionaria encabezada por un personaje casi tan grotesco como Maduro, es decir por Trump, que de alguna manera trata de rescatar viejos mensajes «reaganianos» para América Latina: «acá venimos a imponer la democracia», cosa que es un despropósito y probablemente haga más difícil una transición razonable.

Ha dicho que en Latinoamérica se han ensayado panaceas que finalmente fallaron. ¿Hay una democracia fallida en Venezuela, una semidemocracia o un régimen autoritario?
Claramente es un régimen autoritario. Y como dijo fue una panacea que se intentó en varios países y que, como toda panacea, revela ser una herramienta no positiva ni que logra resultados positivos. Venezuela es el caso más extremo del fracaso de la panacea del «giro a la izquierda», aunque de allí hay que extraer a Bolivia, que a mi juicio está bastante bien encaminada. Pero lo cierto es que en general la panacea del «giro a la izquierda» no ha logrado transformar la matriz productiva de nuestros países para lograr que, efectivamente, fuéramos un poquito más justos, más igualitarios en este escenario del capitalismo mundial.

Desde una perspectiva ética en la política y ante la evidente desprotección social en Venezuela, ¿cree válido descalificar moralmente al gobierno de ese país?
Son personajes muy grotescos cuyo nivel de autorreflexión me parece mínimo, uno lo puede constatar viendo cómo Maduro responde a las preguntas que le hacen. En ese sentido, no creo que sea capaz de la más mínima autocrítica. Incluso Chávez tenía un poquito más de profundidad. El problema es que en la etapa floreciente el chavismo estuvo apoyado sobre bases bastante endebles, que alimentaban ese supuesto pensamiento revolucionario. Me parece que había un antimperialismo muy retórico,muy de show y que en la práctica no logró alterar. La retórica antimperialista chavista fue rudimentaria y tiene que ver con una crisis del pensamiento de izquierda en Latinoamérica que viene desde hace 30 años.

  • Precisamente el tema de la corrupción ha sido una de las críticas más fuertes frente a la situación de Venezuela  ¿Cuál es su lectura?



Más de 50 países han respaldado a Juan Guaidó y eso ha generado grandes expectativas de transición. ¿De ser así, podrían reinstalarse poderes prechavistas?
El pasado prechavista no era ninguna maravilla. Por algo llegó Chávez al poder, porque efectivamente la sociedad venezolana estaba en absoluta crisis, habían desaparecido anteriores partidos como la Acción Democrática y Copei. Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera habían llegado a la presidencia y fueron traicionados por sus propios partidos, los dos partidos históricos de la democracia venezolana. O sea que el retorno a un pasado prechavista es imposible, esa arquitectura ya desapareció. Se trataría de ver cómo se puede armar una arquitectura política un poco más participativa, seria, abierta incluso al chavismo.

A propósito, ¿cómo ve la figura de Juan Guaidó?
¿Quién es este personaje Guaidó? Que lo apoye el senador republicano de la Florida no es un dato muy auspicioso. ¿Qué contactos tiene Guaidó? Es muy negro el panorama. Además, tiene que lidiar con una situación social y económica pavorosa con el hecho de que los policías, los maestros y los soldados están mal pagos. Hay mucha corrupción, sobre todo en la policía y el ejército. ¿Cómo se arregla eso? ¿Va a venir un Plan Marshall? No, Trump no va a dar un Plan Marshall a Venezuela. Entonces, soy pesimista en el corto plazo para Venezuela.

¿Es decir que tampoco hay mucha claridad sobre un escenario de transición?




¿A qué se refiere cuando habla de potencias adversas de la democracia Latinoamericana?
Si la democracia funciona bien, es un régimen en tensión. Por un lado, reivindica que todos somos iguales: aquello de que toda persona es un voto, y por tanto tenemos capacidad de influir en las decisiones públicas. Por otro lado, la democracia en el capitalismo deja espacio para que los intereses privados funcionen de una manera muy floreciente. ¿Qué pasó en América Latina en los últimos años? Se produjeron transiciones a la democracia en Argentina, Perú, Bolivia, Brasil, Chile, pero no llegó a una situación en la cual el funcionamiento permitiera que las mayorías pudieran influir de manera significativa, por ejemplo, en la economía. En parte, porque hubo gobiernos que adoptaron un discurso neoliberal. Pero incluso los que lo quisieron hacer, no pudieron, porque el Estado estaba absolutamente destruido en muchos casos.

  • En ese «toda persona un voto» del que habla se expresa, sin embargo, un rol fundamental de la ciudadanía


 

  • También ha dicho que en esas potencias adversas se expresan riesgos para esos derechos conquistados con la democracia…




Si le pidiera describir hoy la democracia en América Latina, ¿qué diría?
Diría que está buscando todavía un proyecto que sea capaz de cautivar de una manera legítima y convincente, con argumentos sólidos que tengan que ver con cómo hacemos para movernos en direcciones de sociedades un poquito más justas e igualitarias, y desarrollen mecanismos para que buena parte de la población llegue a creer que se logra a través de la democracia. Eso no pasa, por eso nuestras democracias están en riesgo. No en el sentido clásico, porque la democracia puede seguir funcionando, pero puede aparecer como una cosa más abiertamente autoritaria

  • La política latinoamericana reciente se ha caracterizados por liderazgos carismáticos como los de Chávez y Uribe ¿Qué representa eso para la democracia?


 

  • El escándalo de Odebrecht también ha evidenciado cómo el mercado lleva sus tentáculos a la política y pone en riesgo las democracias…




Hablemos de Colombia. Cuando recibió el doctorado honoris causa manifestó optimismo por lo que representaba el proceso de paz para Latinoamérica. ¿Se mantiene ese optimismo?
Evidentemente no. En el 2016 el proceso de paz era uno de los pocos fenómenos positivos que uno podía ver en América Latina. Precisamente en la medida en que el Gobierno hoy está en contra de esto, está revelando que ese optimismo era infundado. En el resto del continente no hay muchos fenómenos que en este momento puedan justificar una mirada optimista de América Latina, ni siquiera en México, donde ha ganado un personaje tan popular como López Obrador, pero que no es representante de una nueva mentalidad.

  • A propósito de ese «giro de la izquierda», en las elecciones del año pasado en Colombia, aunque no ganó la izquierda, obtuvo una votación histórica. ¿Llega un poco tarde en el contexto regional ese suceso?




¿Y sobre el proceso de paz en sí mismo, mantiene el optimismo?
Lo veo muy amenazado. La semana pasada que fui a Mompox, pasé por los Montes de María y justo allí leí una nota de El Espectador que decía que están reapareciendo todos los viejos personajes vinculados al paramilitarismo, que están amenazando o despellejando perros para intimidar a aquellos liderazgos sociales que piden restitución de tierras que perdieron hace 15 o 20 años. ¿Ahí está la policía? No, ¿ahí está el ejército? No. Es bastante difícil pensar que el proceso siga encaminado en una dirección favorable. Pero de todas maneras está ahí, me parece que es importante de parte de aquellos que están preocupados en cómo mantenerlo y defenderlo. Es fundamental.

  • ¿Qué papel tiene la educación en la democracia?

 

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