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AccionesUna maestra excepcional y silvestre
« ... Su pensamiento era de una validez singular, citarla, una especie de conjuro “Según María Teresa Uribe; así lo dijo, así lo pronunció…”. Sus ideas eran claras en la espesura de algunos argumentos que la academia vuelve distantes; su talante, cierta esencia de su ser, se fundía con aquello llamado espíritu universitario y hasta lo encarnaba...»
Al morir se pasó a vivir en la memoria y desde ahí hago expresa esta solicitud: me pido una silla en la cafetería del bloque 9, donde Hugo. Me pido ser su alumna tardía, me pido verla coherente, dueña del criterio, dulce y fuerte como el amor, y estar una mañana sentadas entre tintos y debates; me pido verla dueña del oráculo y levantar su mano con el cigarrillo encendido y poner sus ojos de águila profusa; me pido un lugar a su lado, entre ellas y ellos, entre la cofradía; me pido su agudeza al describir la realidad, como quien pasa su mano por el lomo de una bestia y es capaz de mirarla a los ojos, auscultar miedos, retar sus espantos y presagiar su destino; me pido verla poner en discusión el mundo, porque para ella el mundo siempre estaba en discusión, me pido oírla hablar de esta patria huérfana.
Me pido un lugar entre enamorados de la Universidad; como fue el suyo, dialógico y comprensivo del tropel de los muchachos. Me pido entender las razones del lobo, como solía explicar “…supone como punto de partida abandonar la visión dicotómica del mundo que sólo existe en la imaginería de los sueños infantiles; implica crecer con todo el dolor que este proceso lleva aparejado y asumir, sobre un principio de realidad, la responsabilidad histórica que nos corresponde si esta tentativa de paz fracasa” o dejar claros los asuntos para concentrar la atención en lo fundamental: “…tarde o temprano esas sociedades se encuentran de frente con lo que pretendieron dejar en el olvido: deben afrontar sus vergüenzas y sus miserias, mirar cara a cara a las víctimas y escuchar con humildad lo que tienen que decir [...] cuando esto ocurre, empieza a desatarse el nudo de la conjura y a deshacerse el pacto social sobre el silencio y, sólo en ese momento, las víctimas, los vivos y los muertos, pueden ser medianamente reparados y las sociedades pueden reencontrar el rumbo histórico hacia su futuro. Sin reparación, la convivencia es imposible, y sin convivencia, la democracia es una ilusión”.
Cómo olvidar una labor que le dio lustre al bicentenario de la Alma Máter en el año 2003, en la que dejó plasmado su rigor investigativo. Se le confió en compañía de otros académicos escribir la historia de la Universidad, para ello removió los cimientos, confrontó fuentes, su oficina era un espacio plagado de libros, textos y papeles que escasamente dejaban ver su rostro. Emprendió ese vuelo polémico y nos entregó una publicación robusta, extensa, de pasta amarilla titulada: Universidad de Antioquia, Historia y Presencia; necesaria para entender lo que representa social y culturalmente una universidad pública.
Su pensamiento era de una validez singular, citarla, una especie de conjuro “Según María Teresa Uribe; así lo dijo, así lo pronunció…”. Sus ideas eran claras en la espesura de algunos argumentos que la academia vuelve distantes; su talante, cierta esencia de su ser, se fundía con aquello llamado espíritu universitario y hasta lo encarnaba. Lo público -su énfasis- era defender un espacio ganado y preservar la libertad, la diferencia, la pluralidad de la que estamos hechos o al menos aspiramos. “…un lugar público llamado universidad, el último reducto que le va quedando a esta sociedad para que el encuentro con la diferencia sea posible y ésta como se sabe es la condición primaria para la construcción de cualquier proyecto democrático que pueda llamarse así”.
Ahora, observando ese árbol de afectos y experiencias impregnadas de otros, que va siendo la vida, en ese presenciar los cambios de corteza y cómo se desgajan las ramas y se despuebla de frutos, una conciencia nos detiene ante lo frágil, pero de súbito una alegría se instala al saber que existió un tiempo compartido, una cercanía más allá de lo físico con una mujer excepcional y silvestre, capaz de escarbar y de entregar preguntas, era su vicio, preguntas dotadas de sabias advertencias sobre lo que nos pasa y nos puede suceder como sociedad.
“De alguna manera supe que yo pertenecía a esa estirpe rebelde, que mis raíces pasaban por esa tumba sin cruz y sin nombre perdida en la montaña y que esa tierra en los márgenes de la cultura tradicional, que hasta entonces conocía, guardaba para mí muchos secretos y un saber excepcional que estaba destinada a develar”.
Nota
Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.
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