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Héroes de pacotilla

30/01/2019
Por: Eufrasio Guzman Mesa, profesor Instituto de Filosofía

«El estudio cuidadoso de la trayectoria y realizaciones militares del oscuro coronel Hugo Chávez Frías, nos muestra que la nación venezolana lo elevó a un podio que no merece».

Hay un deplorable procedimiento de la mente humana ya sea en su funcionamiento colectivo o individualmente. Ese proceso ha sido estudiado cuidadosamente por los historiadores de las religiones, los estudiosos de las mentalidades, los investigadores del pensamiento psicoanalítico y algunos filólogos también ha dedicado estudios concienzudos a esclarecer el mecanismo por el cual, de una manera un tanto misteriosa, logramos deificar a personajes dándoles un valor que realmente nunca tuvieron.

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Cada época, cada país o comunidad lo puede hacer y lo hace con inusitada frecuencia y el procedimiento puede tener valor de supervivencia o cohesión social, pero puede ser también camino hacia el desastre.

¿De qué materia están hechos los héroes? Esa es una pregunta esencial, pues hay un contraste profundo entre lo que los seres humanos somos en realidad y lo que hacemos.

El “padre” de una nación puede tener crímenes extraordinarios en su haber, y pienso en Stalin a quién millones de rusos siguen venerando como El padrecito y minimizan los genocidios que realizó en Ucrania y en toda Rusia; él afirmaba que un homicidio era difícil de ocultar, pero millones de muertes podrían pasar desapercibidas. La historia de Rusia le da la razón y muy pocos recuerdan los más de veinte millones de seres humanos que sucumbieron durante su gobierno por acciones criminales dirigidas desde su poder.

En Colombia también hemos elevado al rango de héroes a personajes siniestros que sólo merecen el olvido, ahora la ciudad que habito intenta desprenderse de la imagen de espanto de un criminal sin escrúpulos como Pablo Escobar. Un trabajo realmente difícil pues los imaginarios de muchos seres humanos lo han elevado a la categoría de un cierto Robin Hood. Pero no me extraño porque también Al Capone disfruta de un prestigio sorprendente.

Lo complejo de los procesos de deificación de personajes es que ellos se vuelven irreconocibles en la construcción de las memorias colectivas. Este tema tiene aristas asociadas a las valoraciones que las comunidades hacemos de determinados personajes. Ya los historiadores han mostrado que no fue Antonio Nariño el héroe que los manuales siguieron construyendo, publicó los derechos del hombre y el ciudadano sin difundirlos, sus realizaciones estaban vinculadas a ocultar la forma como desvío importantes recursos de rentas que debía cuidar para la corona española.

Recientemente Colombia respondió indignada al intento de hacer de El Mono Jojoy un héroe nacional, para la insurrección armada lo era pues había logrado marcar su vida con la eliminación de muchos “enemigos”, sin salir jamás de la selva; para sus secuaces era el ejemplo vivo de perseverancia, capacidad de daño y entrega a una causa.

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Ninguna figura humana debería ser objeto de culto sin antes revisar sus acciones, sus ejecuciones. En Venezuela se dio un inexplicable culto a la personalidad de Juan Vicente Gómez, películas de larga duración lo muestran recibiendo honores del clero y de la ciudadanía como si fuera un héroe genuino. Fernando González, una mente lúcida, estuvo bajo el influjo de  su “compadre”.

Igual ha pasado recientemente con un personaje siniestro y destructivo como el oscuro Coronel Hugo Chávez Frías. El estudio cuidadoso de su trayectoria y sus realizaciones militares, nos muestra que la nación venezolana lo elevó a un podio que no merece; ni como militar, ni cómo líder supo canalizar la riqueza y el vigor de su pueblo, por el contrario, destruyó la riqueza existente, frustró el proceso de industrialización y construcción de infraestructura. Recientemente me sorprende en mi universidad que un oscuro y mediocre estudiante que hostilizó a la comunidad universitaria con gestos violentos y acciones ciegas sea elevado al podio y presida acciones colectivas que merecen atención y cuidado.

Este texto fue publicado en el periódico El Mundo el jueves 31 de enero de 2019


Nota

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