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Opinión

Dylan, Julián y los jóvenes muertos que no deberían serlo…

04/12/2019
Por: Fabián Jaimes B. Profesor, Departamento de Medicina Interna Facultad de Medicina, UdeA

« ... Antes de las conversaciones nacionales sin rumbo y los fogosos comités de discusión, necesitamos conversar de verdad con nosotros mismos y con nuestro entorno (conversar de verdad, no las absurdas redes antisociales con los tenebrosos mensajes de twitter)... »

Por la memoria de estos y muchos otros jóvenes, muertos innecesariamente, y en solidaridad con sus padres, que no se merecen este dolor.

Porque un ser humano no sabe como ni por qué enterrar a sus hijos, y porque hay pérdidas que ni el alma más fuerte puede soportar.

No conocí a Julián Andrés Orrego, ni mucho menos a Dylan Cruz, pero las noticias informan que estaban participando en las marchas. A Dylan le llegó la muerte por la espalda, que dicen que es esa que viene desde la cobardía o desde la ley, y a Julián le llegó desde su propio morral cargado de explosivos.

Dylan simplemente parecía ser un marchante más, que intentó devolver una bomba lacrimógena, pero nuestro estudiante parece que era de aquellos que creen en la capucha y la papa-bomba. Julián era un joven, casi niño, proveniente de una vereda cercana a Medellín.

Inquieto estudiante de educación física y solidario líder juvenil, según los periódicos, y ahora también sabemos, lo suficientemente ingenuo como para pensar que un explosivo en frente de la Universidad realmente puede servir para cambiar en algo este remedo de país.

¿Nuestra pobre y parroquial mirada es simplemente despacharlos como “vándalos”? ¿Es ética y moralmente suficiente para alguien decir que se lo buscaron por estar en el lugar equivocado y haciendo lo que no debían? ¿Es realmente nuestra sociedad tan baja, que se queda impasible ante las muertes injustificadas de jóvenes estudiantes que apenas estaban aprendiendo a ver el mundo? Esos hijos de alguien, que no conocemos, también podrían ser los hijos suyos o los nuestros…

Me resisto a creer que un país que ve morir a sus jóvenes (si señora y señor que empiezan a ver esto como una “apología mamerta”, también duelen y son hijos de alguien los jóvenes soldados y policías que mueren en atentados y asaltos, la diferencia es que ellos escogieron ese trabajo, que sabían que los podía llevar a eso), descanse con buscar un único culpable y se cruce de brazos.

¿La solución es tan fácil como acabar con el ESMAD o silenciar a un senador de izquierda? ¿La ley y el orden justifican, como escribió un aterrador columnista local, “incluso a quitar la vida del agresor”? ¿Quién es el agresor, quién lo identifica y cómo lo hace? Antes de las conversaciones nacionales sin rumbo y los fogosos comités de discusión, necesitamos conversar de verdad con nosotros mismos y con nuestro entorno (conversar de verdad, no las absurdas redes antisociales con los tenebrosos mensajes de twitter).

Si no somos capaces de vernos en una Colombia diversa y generosa, si no es posible que entendamos que las inequidades configuran una brecha amarga que se alimenta a si misma sin medida, si no podemos entender que nuestro compañero de trabajo, nuestro vecino o nuestro amigo pueden tener otra visión y otra noción de patria (perdón Mario B.), entonces mejor no salgamos del caparazón a pretender apagar el fuego con más fuego.

Mejor sigamos en la indolencia y la indiferencia, porque el silencio cómplice quizás haga menos daño. Hace unos años, una campaña educativa nos preguntaba algo así como ¿”sabe usted dónde están sus hijos y que hacen en este momento”? Hoy también deberíamo preguntar ¿“sabe usted que piensan sus hijos”?


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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