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Opinión

La corona de la Pachamama: ¿un antídoto de la epidemia?

30/03/2020
Por: Sergio René Oquendo P., profesor–investigador Facultad de Ciencias Económicas UdeA, miembro del Grupo COMPHOR

«... Es necesario en este momento, por la vida y la supervivencia, una claridad epidemiológica: el virus no matará a todos sus huéspedes, porque sería un suicidio de este. La pregunta es sobre la forma de vida en sociedad de los sobrevivientes. Vale la pena interrogarnos entonces si el virus como ningún otro factor en el mundo pudiera lograr un trastoque de fines y medios, ubicando la vida, el buen vivir y la Pachamama como fin supremo...»

En medio de esta compleja situación planetaria, quiero conversar con ustedes acerca de unas ideas sueltas y paradójicas que se me presentan. Me resulta fácil estar de acuerdo con Gloria Arias cuando, en su última columna de El Espectador, considera que “cuando todo esto pase, el mundo no volverá a la normalidad porque la normalidad tenía cosas horribles, y lo más horrible es que nos parecía normal”.

Lo primero que quiero decirles es que estamos presenciando una realidad única para la humanidad, donde se pone a prueba y en cuestión la forma como hemos construido la vida en sociedad: nótese que al capitalismo al que asistimos, le interesa como una premisa y fin, la riqueza, la acumulación, el consumo por parte de los seres humanos –que ya nos llamamos "consumidores" y en tal sentido los únicos derechos que tenemos son esos, los derechos como consumidores–, los demás de primera, segunda, tercera o cuarta generación, pasaron a un segundo lugar, al sistema económico y sus representantes (empresarios y gobernantes), hemos visto como a la mayoría de dirigentes les preocupa más el precio del dólar, el comportamiento de la bolsa de valores y, en términos generales y prioritarios, el desempeño de la economía.

Esto como sociedad ha privilegiado y promovido ciertos eufemismos, el de la innovación, el emprendimiento, la libertad financiera, la competitividad y la riqueza como camino para alcanzar el éxito; mientras tanto esas mismas metas, nos han llevado a comportarnos de forma egoísta, el otro pasó a ser o un medio para la competitividad o un enemigo a quien vencer o acabar. El vínculo social entonces se ha roto, el vínculo de la solidaridad, de la reciprocidad, del encuentro. Todo gracias a nuestra sofisticación económica.

Esta racionalidad instrumental, ha trastocado las lógicas que permiten privilegiar el cuidado de la vida misma y el buen vivir. Ahora, tanto personas como recursos naturales y en su plenitud la madre tierra, no son otra cosa que recursos de los cuales servirnos para el desarrollo económico, pasando de ser el cuidado de la casa (Oikos), a ser el medio para cumplir los fines que garanticen la riqueza, y que, con ello sinérgica y paradójicamente, aumente la desigualdad y la inequidad, la pobreza, la precariedad social y se impulse el agotamiento desenfrenado de las condiciones medio ambientales.

Hoy, estamos presenciando una de las crisis y emergencias sanitarias más críticas de la historia, y gracias precisamente a los desarrollos tecnológicos y de comunicación, podemos darnos cuenta, en vivo y en directo, de la forma en que el fenómeno vertiginosamente se ha trasladado a prácticamente todo el mundo. Gracias también a dicha sofisticación, podemos decir que los medios de transporte han facilitado más que nunca que la movilidad planetaria nos permita ser testigos de un rápido contagio, quizás eso es lo que nos puede ayudar a comprender más las consecuencias de lo que hemos llamado la globalización y que confundimos con el desarrollo.

Ahora, cuando el mito mayor es el éxito y el placer de las compras en los grandes centros comerciales como nuevas religiones, cuando están desdibujados los dioses que nos sostenían, cuando el management y la oportunidad de acumulación ha llevado a los contratistas, innovadores y emprendedores a tomarse la bolsa del Estado desde los lugares del poder gubernamental, podemos presenciar también, la pobreza mental y espiritual de políticos y gobernantes y por ende la desaparición del papel del estado social de derecho que proteja y garantice los servicios básicos a toda la población y sobre todo a la gran mayoría de despojados de las condiciones básicas para vivir.

Hoy y ahora, cuando ya no hay vínculos fuertes, cuando están más críticas las oportunidades de trabajo y formas para para garantizar el vivir con condiciones básicas; cuando las tasas de desempleo son de las más altas en la historia; cuando la informalidad y la precarización de oportunidades se encuentran en países como el nuestro, en cifras vergonzosas. Hoy y ahora, decía, se puede evidenciar la mirada impotente, inexperta y hasta indiferente de los nuevos innovadores emprendedores gobernantes, que más que líderes políticos y sociales, se asemejan más a líderes empresariales que obedecen y deciden por sus claros cálculos de ganancias egocéntricas.

Es más que evidente que el Estado ya no es lo que debería ser, que la función pública del Estado ya no opera, y por ende es incapaz de asumir los retos sociales, políticos y éticos a los que se enfrenta, para garantizar el cuidado de la vida, las libertades, las oportunidades y los derechos para el buen vivir en armonía y respeto de la Pachamama.

Mientras tanto y en contraste, no puedo dejar de cuestionarme también, por mi rol de profesor universitario, por mi responsabilidad histórica como profesor de un programa de administración de empresas de una de las universidades públicas más importantes del país, preguntarme por la presión administrativa que tenemos los profesores para avanzar en el semestre y el desarrollo temático; y más en un tipo de programas como este.

Un camino es intentar copiar de mis colegas las “exitosas” experiencias que ofrecen las TIC, sin embargo, en el primer contacto con mis estudiantes, me invade un sentimiento de culpa para seguir frenéticamente avanzando en un contenido sin reflexión, sin puesta a prueba de contexto y de sentido.

Es decir, seguir enseñando la misma administración, la misma contradicción entre medios y fines, bajo los mismos preceptos crematísticos, inconscientes de las consecuencias humanas y planetarias. Seguir con nuestra conciencia enajenada, buscando desarrollarnos a lo moderno, pero ciegos y negados a lo propio y esencial, logrando el subdesarrollo a nuestro interior.

Otro camino, sería asumir una postura educativa ética, que ponga en duda lo instituido; que tenga sentido de contexto, que lea el fenómeno social e histórico al que se asiste; que responda a una racionalidad sustancial, que elogie la lentitud, la vida en su amplitud planetaria; que cuestione e instale el “derecho al delirio” y a la utopía que encarna la educación, para construir mundos diferentes, más justos y posibles, que permitan construir, no desde el contenido prescrito de las clases, sino desde la reflexión de la realidad contextualizada; una postura que posibilite una administración o mejor, una gestión de lo propio, que se rija bajo el principio valor de la vida, es decir “de y para” el buen vivir.

La paradoja final es que, en medio de esta compleja y sistémica realidad, el mensaje para los habitantes del planeta, como mecanismo para atender la emergencia, es acudir a la solidaridad de los ciudadanos. Paradójico, por una parte, porque el modelo de vida socioeconómico hegemónico, precisamente puso en jaque el vínculo social que favorece la solidaridad; por otra parte, porque la emergencia sanitaria, por las especificaciones de contagio viral, promueve la lejanía con el otro –el guardar distancia es el llamado–, en tal sentido el otro como universo singular, igual y semejante, es una amenaza a la salud pública: debemos resguardarnos y cuidarnos del otro.

Es necesario en este momento, por la vida y la supervivencia, una claridad epidemiológica: el virus no matará a todos sus huéspedes, porque sería un suicidio de este. La pregunta es sobre la forma de vida en sociedad de los sobrevivientes. Vale la pena interrogarnos entonces si el virus como ningún otro factor en el mundo pudiera lograr un trastoque de fines y medios, ubicando la vida, el buen vivir y la Pachamama como fin supremo.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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