Opinión

El deplorable e inaceptable abuso sexual que sufrió una estudiante en el campus universitario, además del sentimiento de solidaridad con la víctima, debería llevarnos a una reflexión más profunda.

Este hecho, así como la destrucción de los laboratorios, son solo la punta del iceberg de un fenómeno más complejo: el permanente y ya prolongado deterioro de las condiciones de convivencia en el campus.

Deterioro que afecta directamente el desarrollo de las labores misionales, así como a las expresiones libres y pluralistas en torno a la cultura, al ejercicio intelectual, al ejercicio de la democracia y al logro de la convivencia pacífica y civilizada.

En el campus universitario convivimos diariamente más de 30.000 personas, lo que sin duda hace necesario que se requieran de unas reglas de convivencia que, respetando la autonomía universitaria y el pensamiento pluralista, garanticen el desarrollo de los propósitos misionales, en el marco de una convivencia respetuosa de las normas de la Institución y de la Constitución colombiana.

Para liderar ese proceso, además del papel activo que, por supuesto debe jugar la administración de la Universidad, se requiere de la conformación de un comité de convivencia con participación de la comunidad universitaria y de actores externos representativos de la sociedad y el Estado que en un plazo prudencial establezca esas normas de convivencia.

La Universidad es un patrimonio de todos los antioqueños y a todos nos compete encontrar soluciones a esta crisis de convivencia e institucionalidad que se presenta en el campus.

Es cierto que existe un comité interno con ese mismo nombre, pero el que se propone involucra otros actores. La labor que desempeñe este comité debería llevar a visibilizar toda la problemática, a construir consensos de convivencia, para finalmente definir las normas de obligatorio cumplimiento y los instrumentos de control y sanciones para quienes las infrinjan.

Hay muchas preguntas que nadie se atreva a responder o se asumen respuestas condicionadas desde miradas ideológicas que olvidan que en últimas lo que se requieren son soluciones prácticas y efectivas.

¿Cómo habilitar el campus para que sea principalmente un sitio de estudio, no solo durante la clase, sino entre clases para sus estudiantes? ¿Qué hacer para que las ventas ambulantes no privaticen un espacio público para beneficio de unos pocos? ¿Qué hacer para que hechos como la destrucción de laboratorios, de los baños y de los torniquetes en las porterías no se sigan repitiendo?

¿Qué hacer para que las situaciones de inseguridad en el campus y la venta de drogas cesen? ¿Qué hacer para preservar los bienes de la Universidad y defender el derecho al estudio de quienes desde el anonimato atentan contra éstos? ¿Cómo lograr unos acuerdos de convivencia que no dejen lugar a la violencia y a la intimidación al interior del campus?

Muchas veces se ha escuchado el argumento que la universidad es un reflejo de lo que pasa en la sociedad. ¿Eso significa que debemos mirar con resignación lo que pasa en el campus? Un buen ejemplo es la cultura metro que transformó un comportamiento colectivo frente a un bien de uso público.

En nuestro caso, en un espacio donde conviven las expresiones más “cultas” e “informadas” de la sociedad, ¿no deberíamos estar llamados a construir una experiencia de convivencia colectiva, que además de lograr que la armonía y el respeto a las normas sea el comportamiento diario de todos los universitarios, sea un espacio de formación para los estudiantes en el ejercicio de los derechos y los deberes y un ejemplo para la sociedad en la manera de construir caminos y experiencias de reconciliación, paz y convivencia pacífica?. 

Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.