Opinión

El populismo de derecha representado en los Estados Unidos como el espectáculo de un niño-hombre charlatán, sentado en la Casa Blanca amenazando y diciendo todo tipo de mentiras para crear un caos institucional e impedir así el reconocimiento del triunfo del candidato demócrata, llegó a su fin. El nuevo presidente de los Estados Unidos Joe Biden y Kamala Harris, primera afroestadounidense en ocupar la vicepresidencia, superaron los 270 votos electorales y con esto ponen fin a una época de odio racial y caótica administración.

La semana pasada de conteo de los votos, fue vergonzoso ver que Trump afirmara sin ninguna evidencia: “Si cuentas el voto legal yo gano fácilmente”, “gané Pennsylvania por mucho, y Michigan y Georgia”. Fue también peligroso que en las manifestaciones de los republicanos se vieran personas armadas y que el presidente no hubiese actuado contra ellos. Protegió nuevamente a los supremacistas blancos. Finalmente, el sábado dijo mientras jugaba golf en su club de Sterling (Virginia) que “la elección está lejos de haber finalizado”.

En el mundo entero, todas aquellas personas que defienden el Estado de derecho, las libertades individuales, las garantías constitucionales, respiran hoy con alivio porque el peor presidente de la historia moderna de EE.UU. y el mayor enemigo de la democracia representativa vuelve a su vida privada.

Con el triunfo de Joe Biden se frenará el intento de destrucción de la democracia y el liberalismo hecho por Trump. Otro período suyo habría fomentado la transformación de los Estados Unidos en un estado antiliberal como Hungría, Polonia o Brasil. Es importante recordar las cosas que Trump destruyó bajo el impulso de su histeria narcisista que le impide reconocer cualquier límite a su desbordada ambición.

Un político sin ningún freno moral o jurídico, un líder con un carisma negativo, bastante similar al líder que en nuestro país deambula de juzgado en juzgado y como Trump tuitea y retuitea. El primero tuitea a los supremacistas blancos, el segundo al presidente encargado. Así es como funciona hoy el populismo autoritario, el cual con la derrota de Trump ve caer al primero y más importante bastión del antiliberalismo.

Las posiciones de Trump han dañado la democracia norteamericana porque representan el tipo de política basada en la exacerbación de unos valores equivocados: venganza, miedo, exclusión y odio a ciertos grupos raciales, sexuales, y a ciertos países. Esta política sirvió para amenazar con su brutal xenofobia y su apoyo a los supremacistas blancos, el orden democrático y constitucional de América del Norte.

Con la entrada en barrena del populismo y su descrédito internacional nos queda por esperar que en Colombia también se hunda y que el afamado entre caballistas “estado de opinión” —y su líder supremo— que es una forma de ponerse por encima del Estado de derecho mediante plebiscitos o referendos, se retire, junto con Trump, del mundo de la política. Les llegó el momento del golf, los caballos y los nietos. Así es la paradoja de la vida: “feliz y juzgado o bien absuelto y miserable” (Camus).

 Este texto fue publicado en el periódico El Colombiano el martes 10 de noviembre de 2020