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Opinión

La pandemia del coronavirus o el cambio de la forma de vida

06/04/2020
Por: Marco Antonio Vélez Vélez, profesor titular departamento de Sociología UdeA

«...Lo ideal: un mundo más solidario, más cooperativo, en búsqueda de un mejor equilibrio con la naturaleza, aun si es a costa de ralentizar el crecimiento a ultranza y aun si es necesario sacrificar las seducciones ambiguas del consumismo...»

La pandemia generada por el coronavirus, ha tenido el impacto de un shock global. Una sacudida inesperada de nuestra forma habitual de vivir. Una exigencia de cambio en nuestro modo de relacionarnos con el otro – este es un potencial peligro-, la idea de la “distancia social” parece ser la mejor receta para su contención.

Pero de fondo la pandemia del coronavirus, pone en evidencia la crisis de nuestro modo de vida en las sociedades modernas.

Entendiendo modo de vida en su sentido más amplio –modo de producir, de relacionarnos, de interactuar. Un modo de vida definido por el productivismo al infinito y por la inmisericorde explotación de la naturaleza.

El sujeto de la contemporaneidad  sigue pensando que la naturaleza es ese lugar para una desmesurada explotación que al parecer no traería consecuencias. Y estas no se han dejado de visibilizar: cambio climático, aire irrespirable, hacinamiento citadino, las diversas formas de contaminación.

Se habla por algunos autores de antropoceno. Y, sí, efectivamente, es el ser humano de la modernidad el que ha intervenido para lo peor sobre su ambiente, su entorno, quien ha sacrificado a la naturaleza en el altar propiciatorio del crecimiento económico.    

En épocas recientes los virus no han dejado de proliferar: H1N1, Ébola, Sars. Es como sí la descompensación en la relación hombre-naturaleza hubiese llegado a un punto límite. Un punto donde solo queda el esperar catástrofe sobre catástrofe.

La entropía del sistema moderno –capitalista y socialista-, es indetenible y nos está situando en un punto de inflexión que puede no ser reversible. Asociado, además, a los efectos cada vez más devastadores del cambio climático. Prolifera el desorden y la incertidumbre en el sistema-mundo. Pasado el evento catastrófico habrá que interrogarse radicalmente sobre cómo recomponer nuestra relación con natura.

Desde otro ángulo más económico-político, se demuestra el fracaso definitivo de los dogmas del libre mercado y de la reducción del tamaño del Estado. Sistemas de salud colapsados y sin capacidad de respuesta, luego de su desmantelamiento a nombre de la mercantilización generalizada.

Hoy, todas las naciones del orbe claman por una presencia estatal renovada e intensiva ante la magnitud del desastre. Hospitales públicos como en Colombia, desmantelados por la mercantilización de la salud son recolonizados para albergar enfermos por coronavirus. El neoliberalismo llega a su fin como dogma y como proyecto político. Su caída es irreversible.

La sombra siniestra de la recesión del sistema campea por sobre los gobiernos y las instituciones económicas. El 2020 será un año de recesión producto de la combinación de una ralentización muy avanzada en el curso del año y los efectos sobre el empleo y la inversión por acción del virus.

Se calculan tasas de desempleo hasta del 20% en países avanzados. Y los gobiernos como el Trump han decidido inyectar recursos para garantizar la no parálisis de  la economía (2 billones de dólares), aun a riesgo de incrementar su deuda en relación con el PIB.

Para los países latinoamericanos con tasas de informalidad del 40 y 50%, el panorama es igualmente desalentador. Grandes masas de licenciados de la producción saldrán a reclamar del Estado una garantía de asistencia. Y el Estado deberá responder, ese mismo que se había reducido al mínimo para posibilitar el libre movimiento de los mercados.

Lo que es importante mirar a futuro es sobre quién va a recaer el costo de la crisis producto de la desaceleración económica. Las grandes masas asalariadas deberán velar por no dejar caer sobre sus hombros las condiciones de la recuperación en la pospandemia y en la poscrisis económica.

Las medidas de control del coronavirus en Asia han despertado suspicacias sobre el afianzamiento de un modelo de control cada vez más totalitario de la población. El gobierno chino en particular, ha desarrollado modelos sofisticados de detección del virus partiendo de control sobre los smartfhone de la población.

Se sabe que dicho gobierno  tiene información detallada sobre cada ciudadano y esta información ha  sido utilizada para el control de la pandemia. El rostro de lo totalitario muestra su capacidad de actuar sobre las acciones de los sujetos. Pasada la crisis pandémica esto deberá ser revisado a la luz de un proyecto de democratización. No se puede a nombre de la bio-política dejar colonizar nuestras libertades básicas.

El panóptico se hace omnipresente en la vida de todos, el asunto es cómo desactivamos este ejercicio, que hoy se hace  a nombre del bien de la salud, cuando la pandemia sea superada.

En la pospandemia hay quienes vaticinan el fin de la globalización a ultranza. Las acciones de los estados en el momento de la crisis han mostrado que cada quien quiere salvar a sus propios nacionales. El Estado-nación vuelve a hacer valer las fronteras nacionales, los limes del territorio propio se transforman en esenciales: garantizar suficientes respiradores, suficientes test, suficientes reactivos.

La soberanía se erige de nuevo como gran soporte de la acción internacional. Descubierta en el futuro la vacuna –se calculan entre 12 y 18 meses-,  la lucha por inmunizar la propia población será esencial, de allí la competencia acelerada por obtenerla. La globalización ya estaba herida con Trump y Boris Johnson: su acta de defunción la firma el coronavirus.

Es de lamentar, pues como dice Harari, lo mejor sería la cooperación entre las naciones, la colaboración global. Aunque no se puede subestimar de otro lado, los movimientos solidarios que se dan por las acciones de los ciudadanos en cada país. Movimientos de ayuda mutua, colaboración,  preocupación por los más vulnerables, eso debe ser encomiado.

El sistema-mundo no podrá seguir siendo como ha sido hasta ahora. Afirmación que salta a la vista ante la magnitud de la crisis que generó el coronavirus.

¿Qué tipo de mundo emergerá? Aquel que queramos construir los ciudadanos de la poscrisis. Lo ideal: un mundo más solidario, más cooperativo, en búsqueda de un mejor equilibrio con la naturaleza, aun si es a costa de ralentizar el crecimiento a ultranza y aun si es necesario sacrificar las seducciones ambiguas del consumismo.

Por ello es claro que el actual modo de producción y desarrollo no es viable. Seguir en su senda es viajar en  una locomotora sin freno y sin posibilidad de detenerse ante la inminencia de la catástrofe.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.  

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