Opinión

La felicidad de un neoliberal es patética. Lo vimos en el programa de “Semana en vivo” dedicado a la economía naranja. El consejero Presidencial para Asuntos Estratégicos, Felipe Buitrago, y Sebastián Ruales, director comercial de Rappi, expusieron cómo la economía naranja solucionará los problemas productivos y de empleo del país.

A través de la economía naranja el Estado brindará apoyo a los creadores culturales para que vendan sus productos y conquisten nuevos mercados. Esto supone que el patrimonio cultural se integre a la política de innovación y desarrollo tecnológico.

Estamos a pocos pasos, dijeron Buitrago y Ruales, de superar las desigualdades y este crecimiento de la economía, basado en la creatividad individual, romperá las barreras al crecimiento que requiere Colombia. Entramos a la cuarta revolución industrial, dijo Buitrago. Y debemos actuar rápido porque esta revolución tecnológica modificará básicamente la forma en que vivimos y trabajamos.

Habitamos un mundo en el que el mercado y la celeridad de los cambios tecnológicos determinan que todo esté digitalizado, virtualizado y automatizado. Aquellas personas, empresas, países que puedan dominar las nuevas herramientas tecnológicas sobrevivirán en el mundo competitivo del mercado y obtendrán espectaculares ganancias.

Pero no todo es color de rosa con la supuesta cuarta revolución industrial en la cual el presidente Duque y Buitrago insertan la economía naranja. Rappi es un ejemplo para mostrar los problemas de esta visión de la economía. Indudablemente es una startup exitosa, ha generado ganancias importantes, ha atraído inversionistas extranjeros, se ha expandido hasta tener una cifra de 50.000 rappitenderos en América Latina.

Pero el presidente Duque y su Consejero Presidencial hablan desde una burbuja “naranja”, esto es, desde el lado de los felices emprendedores, lejos de la realidad de la precarización del trabajo.

La precarización simboliza la erosión de la relación laboral normal, que significó tener un contrato permanente y bienestar social garantizado por el Estado. En la sociedad del descenso social, que es en la que vivimos, esto se acabó. Aquí se tienen relaciones laborales atípicas, con contratos de duración limitada y sin garantías de bienestar social.

La precariedad significa fluctuar en el mercado laboral, trabajar en lo que salga. Un ingeniero químico conduciendo un Uber o repartiendo pedidos en Rappi, porque no consigue trabajo en su profesión.

El éxito de estas startups depende básicamente de que existan millones de trabajadores precarizados, esto es, sin protección social y del Estado. El contexto en el que actúan Uber, Rappi y todas las startups que han aparecido recientemente, es un régimen de sobreexplotación de los trabajadores precarizados.

Las empresas no cubren los gastos socialmente necesarios de la reproducción de los trabajadores: salario, salud, pensiones, educación. Esto permite que se dé una significativa acumulación de capital porque no se garantiza precisamente la reproducción social.

Los emprendedores se comen casi la totalidad de la torta económica y les dejan a los rappitenderos y a los conductores de Uber pequeñas porciones. Y agradecidos envían a Palacio un rappiservicio con un buen pedazo de torta con mermelada, que allá dizque gusta mucho.

Este texto fue publicado en el periódico El Colombiano el martes 16 de abril de 2019

Nota

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