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Opinión

Primero yo

09/11/2020
Por: Adrián Restrepo Parra, profesor Instituto de Estudios Políticos UdeA

Es problemático para un presidente defender el “primero yo” como principio ordenador de una sociedad y, a la vez, proclamarse como representante del interés general.

El nacionalismo impulsado por Trump, como todo nacionalismo, tiene una gran dosis de egocentrismo y chovinismo. Para lograr que América vuelva a ser primera, Trump propone seguir, como él mismo las llama, dos simples reglas: comprar americano y contratar americanos. Según la ecuación propuesta, estas reglas deben permitir avanzar por la senda hacia el destino glorioso: “volveremos a hacer de América rica otra vez”. Lo cual sin duda hará “una América orgullosa”. Ser primero conduce a que “América volverá a empezar a ganar de nuevo y ganará como nunca antes”.

La aplicación de esas simples reglas durante cuatro años de gobierno ha generado un ambiente turbulento tanto en el exterior como en el interior de EE.UU..

En el campo internacional, privilegiar los intereses americanos ha conducido a una guerra comercial con China, a la renegociación de tratados de comercio y agitar las banderas de la guerra, como en el caso de Venezuela, en aras de ganar como nunca antes. 

A nivel interno, el ambiente político es turbulento porque la consigna de "América primero" tiene una seria dificultad para su aplicación: ¿Quiénes son los americanos? Para ser parte del selecto grupo de los primeros es condición ser americano, pero: ¿Qué y quiénes son americanos en un país tradicionalmente constituido por migrantes? Sin embargo, la cuestión de fondo es: ¿Quién define quiénes son los americanos? Trump y sus seguidores han dado muestras de su jerárquica y nacionalista definición de americano, de allí que consideren que en su país sobra gente.

Independientemente de los resultados electorales, la figura Trump ha mostrado la existencia de un sector social importante que considera “ser el primero” como un principio político para ordenar una sociedad. Para lograr ser el primero, Trump, por ejemplo, retiró a su país de una serie de tratados de cooperación. Es la "competencia" y no la "cooperación" la palabra preferida del magnate mandatario. Gracias a la competencia sabremos quienes son los primeros, los que merecen ganar al estilo Trump, que es un ganador, un multimillonario. 

Seguir a pie juntillas la máxima “primero yo”, exige una ética laxa al punto de no importar los medios porque el fin, ser el primero, lo justifica todo. Los distintos escándalos de Trump van en la línea de mostrar que él no tiene limites para ser el primero. La manera en la cual está encarando la eventual pérdida de las elecciones presidenciales, denunciando fraudes inexistentes y demandando detener el conteo de votos porque, según él mismo ya ganó, muestra que no tiene, ni ha tenido, recato para aferrarse al poder y a la riqueza por todos los medios posibles. 

Sin embargo, resultaría desproporcionado adjudicar exclusivamente a Trump el principio “primero yo” como criterio ordenador de la sociedad porque, en distintas coordenadas terráqueas, tiene asiento ese principio. Por eso, las manifestaciones de simpatía con la tendencia Trump por parte de actores de diferentes países, entre esos el gobierno colombiano. El gobierno Duque ha tenido como prioridad en sus relaciones internacionales a Trump, un respaldo que también conllevó a la posible participación del partido de gobierno en las elecciones presidenciales en EE.UU..

En Colombia el “primero yo” ha tenido bastante acogida entre la población: “voy por lo mío y el que perdió, ¡perdió!”. El escalamiento del “primero yo” a la esfera del gobierno conduce a los políticos “anfibios”, aquellos con la capacidad de navegar entre la legalidad y la ilegalidad con tal de sacar lo suyo. Como lo pudimos ver los colombianos, tanto en el plebiscito por la paz, como en las pasadas elecciones presidenciales. El anfibio tiene clara la consigna Trump: ganar y ganar como nunca antes. 

Por supuesto resulta problemático para un presidente defender el “primero yo” como principio ordenador de una sociedad y, a la vez, proclamarse como representante del interés general y del bien común, como supone la dignidad del cargo presidencial tanto en EE.UU. como en Colombia. Gobernar para algunos sobre la base de que son los mejores y que, en consecuencia otros sobran, ha incentivado niveles de violencia en ambos países, con cifras asociadas al supremacismo racial (EE.UU.) y con el asesinato de líderes sociales (Colombia).

Continúen o no estos gobiernos del “primero yo”, es un hecho el significativo apoyo con el cual han contado y con el que seguirán contando mientras un número importante de ciudadanos estén convencidos y actúen en su cotidianidad guiados únicamente por el ego y el interés de ganar más que nunca; sin límite, como proponen los políticos anfibios, ejemplos ellos mismos del credo que predican y por eso objeto de devoción por parte de sus seguidores.

En EE.UU., como acá, los aman por eso: por no tener límites a la hora de ser el primero, así el precio sea la misma democracia porque esta establece límites a los poderes del chovinismo y del individuo egocéntrico.

Este texto fue publicado en La Silla Vacía el viernes 6 de noviembre de 2020


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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