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Opinión

La pandemia Covid-19, visibiliza la honra y el valor de los trabajadores de la salud

06/04/2020
Por: Cesar A. Orozco R. Neonatólogo perinatólogo, UN., profesor titular Facultad de Medicina, UdeA

«... Soldados que llevan al frente de la batalla la vocación, la dedicación, el humanismo y el altruismo; confrontando sin suficientes equipos de protección ni remedios apropiados, sólo a paliar; casi inmolándose, a improvisar y dar celeridad antes de llegar la agonía como una bomba, como un alud...»

Se evoca a los dioses, a las madres, a los amigos y a los trabajadores de la salud cuando llegan los achaques, las dolencias, la soledad y en el ocaso de la vida.

Se invocan al médico celestial y al terrenal más cuando ya no vale el poder, la fama, el dinero, la vanidad ni la soberbia; y al desvalijar su omnipotencia y la omnisciencia; al reconocerse la vulnerabilidad y fragilidad humana.

Se clama al médico por el riesgo exponencial de contagio y enfermar por la peste, al invadir el miedo y el pánico, al avecinarse el trance, al entrar el estrés del común y el colapso mundial al ver los muertos en serie y sin funeral.

Se recuerdan y refugian, a pesar de su ensombrecimiento, como si llenasen los tributos Ares, dios venerado en cultos por los soldados y ejércitos que marchaban a la guerra; se les llama cuando se siente el afán de hospitalidad y solidaridad, cuando ya la gente no es autosuficiente en solventarse, cuando entra el desespero por el hambre y el atosigamiento del fin, cuando se requiere de todos los ánimos, la fuerza y la corresponsabilidad.

Se pide los acompañamientos de los servidores de la salud en los momentos donde se eclipsan los opositores para conseguir un mismo propósito y batallar contra un enemigo común con solo cambia los cascos por mascarillas y antiparras, las armas por lavados de manos y guantes, y el atrincheramiento por el aislamiento social.

Se solicita el apoyo del personal sanitario como si estuviese preparado para resistir a Hades, el dios del inframundo, como si tuviese una carrera de cien metros ante semejante estrago mundial, en la que hay que cerrar a tiempo los vuelos, las escuelas, las universidades, los transportes masivos, y las fronteras; a obligar al confinamiento obligatorio en casa y sólo siguiere operando el sector de la economía esencial y se relajara la política fiscal.

Y simultáneamente, también lo merodean al percibir tal hecatombe como si hubiere llegado Tánatos, el dios de la muerte sin violencia, con su figura intangible, sombría y escalofriante; como si fuese a librar una maratón de largo aliento, para observar asombrados el comportamiento epidemiológico, las nuevas restricciones sociales, los ajustes permanentes para salir de la hambruna, de la recesión económica del aumento del desempleo y de la flexibilidad laboral.

Aun así, cuando se está perdiendo la salud y viene la muerte a granel, se tornan los trabajadores de la salud en una milicia en la primera línea de guerra, para enfrentar a un adversario invisible que ataca sin distingo, capaz de acometer una tarea osada a pesar del peligro y el temor que suscita.

Guerreros valientes que van a la vanguardia para fenecer a un evento pandémico sin precedentes, que sacrifican su vida para preservar la salud de los demás y se expone al peligro por los otros, sin pertrechos para trabajar.

Son héroes confidentes, anónimos y sosegados en la debacle, están montados en la misma barca junto a los pacientes, el pueblo, los potentes, los apoderados, magnates, celebridades, ídolos y acaudalados como si fuésemos los mismos.

Soldados que llevan al frente de la batalla la vocación, la dedicación, el humanismo y el altruismo; confrontando sin suficientes equipos de protección ni remedios apropiados, sólo a paliar; casi inmolándose, a improvisar y dar celeridad antes de llegar la agonía como una bomba, como un alud.

Ante el panorama fúnebre, asumen el riego por su juramento, por la ética profesional, el don de servicio silencioso, comprometen su vida por salvar la del prójimo sin mediar lo económico.

Injusto es que la importancia se les dé y se les tenga presente sólo con la llegada de la desgracia, cuando se siente que los está pisando la muerte, la vida esté en jaque o esté la salud individual y de la población quebrantadas; la salud no es todo, pero sin ella todo lo demás es nada; la salud no se compra, y pérdida, no hay dinero que valga ni alcance.

Doloroso y enojoso es admitir que históricamente no han tenido la consideración y la estimación debida, y que se precisó de una calamidad mundial para ponerlos en el lugar merecido, en su estatus digno como un guerrero de la vida, abnegados y arriesgados.

Bienvenidos por su trabajo los aplausos, los abrazos, los cantos, las medallas y diplomas, menciones de honor, congratulaciones, los gestos de gratitud y el reconocimiento de las personas de a pie; pero no basta. Las soluciones vendrán solo por las luchas gremiales en la que se toca el trabajo digno, la salud y la vida como derechos universales y fundamentales de las personas.

Empero, por las características de su labor para dignificarlos, resarcirlos, galardonarlos y recompensarlos debería provenir de las autoridades gubernamentales sensibles, de líderes políticas y de la voluntad de las élites de poder.

Es tarde y lenta las respuestas del sistema cuando se presenta una emergencia sanitaria con un personal escaso y desmotivado, sin vinculación laboral y la mayoría tercerizados; con hospitales desarticulados, tratados como empresas, manipuladas políticamente y autofinanciados sin los recursos suficientes; y con usuarios tratados como objetos del mercado.

La consideración de los trabajadores de la sanidad, los indicadores de gestión y de calidad de la atención no son los mejores por estar inmersos en un sistema de salud basado en la economía, por la administración lucrativa de los intermediadores como los mandamases del sistema (EPS), por carecer los hospitales (IPS) de la infraestructura y loa recursos necesarios, y por tener una política sin énfasis en salud pública ni realce en la promoción y prevención.

Las epidemias y las pandemias evidencian el grado de desarrollo tecnológico y de recurso humano, evalúa la preparación y respuesta que posee el sistema ante un estado de choque regional o global; y en tiempos difíciles siempre están presentes como héroes de bata blanca, son provida, defensores del deber de preservar el bien de la salud y el bien de la vida, maravillosa y única; asisten cuando acosa el fin de la existencia; están en la delantera en las guerras a muerte, insoslayables e imprescindibles; denigran de quien priorice lo económico sobre la salud, banalice la vida, instrumentalice y cosifique lo humano.

La valía y el reconocimiento del personal sanitario olvidado vendrán por su arrojo y entrega por la crisis; y la nueva pandemia conducirá a que, como un hito en el contexto de su historia, el antes y el después en nada les seguirá igual.

Un microbio, causantes de la cuarentena extendida y de la economía de contingencia, visualizó la necesidad que tienen los médicos y demás acompañantes del equipo de trabajo a disfrutar la familia y la vida social, a una intensidad laboral humana y derecho a vacaciones, a un trabajo digno y estable; a una remuneración justa y pensión digna; la pandemia de la COVID-19 es una oportunidad para rescatar el decoro los trabajadores de la salud.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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