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« ...El Estado y la sociedad civil están secuestrados por los políticos que gobiernan alquilados usando los procedimientos técnicos de la democracia representativa. En nombre de un mentiroso esquema de desarrollo con equidad detrás del cual se esconde el enriquecimiento rapaz de unos pocos...»
Para deslegitimar las movilizaciones que se vienen realizando en Colombia desde el 21N se han inventado hasta ahora diecisiete enemigos.
Dieciséis y medio de ellos son fuerzas oscuras en cuerpo de demonios desatados que a través del internet vuelan desde lo más profundo del averno hasta invadir la placidez beatífica del mundo celeste donde serafines y querubines trinan y gorjean para el agrado de la divina oreja; se trata de siniestros conspiradores, diestros en pérfidas urdimbres que han sido identificados plenamente con ayuda de la más sofisticada técnica dactiloscópica como ateos y comunistas sobrevivientes de la guerra fría.
El otro medio enemigo lo componen los “justos motivos” que son taras sobrevinientes de un pasado degenerado que afea la pureza angelical del presente gobierno.
Apelando al viejísimo invento del enemigo útil que disipa la atención y aleja la responsabilidad, esos inventos han servido para diseñar una estratégica propaganda fungicida. La enfebrecida imaginación paranoica ha revivido lo que la globalización mató hace tiempos.
Dieciséis y medio muertos vivientes caminan hoy virtualmente desde la Rusia bolchevique, desde la cortina de hierro y desde la Rusia capitalista de Putin, hacen escala en la Cuba barbada que hoy luce afeitada, en la defenestrada Venezuela chavista, en La Paz evista ya exiliada y en el embelecudo Foro de Sao Paulo, y terminan influyendo en la púber rebeldía de algunos malcriados ingenuos y calenturientos.
Y en estrategia paralela se ha dispuesto una sutil campaña de esterilización y de asepsia política del otro medio enemigo, los “justos motivos”, reconociéndolos apenas como el programa de una romántica rebelión que debe ser conmiserativamente escuchada con arrullo musical de fondo a la espera de que el encabritamiento juvenil y espontáneo dope sus ansiedades y las ahogue en los rojos alcoholes de diciembre.
Acostumbrados como están a los negocios de la política, a la política de los negocios y a los negocios políticos, no ven que el motivo real de esas movilizaciones es el miedo al futuro; no ven, no quieren ver, que las trece reivindicaciones que el Comité le presenta a este misántropo gobierno son la expresión material de una “ansiedad anticipatoria”, es decir, de una angustia existencial empollada en otro miedo, el miedo al pasado; no ven que lo que se está movilizando no es la inseguridad sino la incertidumbre y la angustia por el futuro de los que marchan y solidariamente por el de aquellos que por resignación e insensibilidad no saben que tienen futuro; y no ven, no quieren ver, que esa angustia no tiene calendario y sobrevive, sobrevivirá, al carnaval navideño.
No faltará quien diga con burla que son sentimentalismos. Pues claro que lo son. Humanos, sinceramente humanos, porque ni el humanismo ni la solidaridad son sentimientos propios de aquellos a quienes la riqueza o la pobreza han envilecido éticamente, a los unos por hartura y a los otros por poquedad, porque la hartura produce soberbia y la poquedad resignación y porque para la soberbia no hay abajo y para la resignación no hay arriba.
Qué podrían esperar del futuro al menos dos generaciones -para nombrar solo las últimas- si saben y sienten que el pasado está asfaltado de mentiras y de promesas incumplidas?
El Estado y la sociedad civil están secuestrados por los políticos que gobiernan alquilados usando los procedimientos técnicos de la democracia representativa. En nombre de un mentiroso esquema de desarrollo con equidad detrás del cual se esconde el enriquecimiento rapaz de unos pocos y el envilecimiento moral y material de los muchos con la indolencia cómplice de otros poquitos, se convirtió en letra muerta el Estado de bienestar que está escrito en la Constitución del 91.
En cuarenta años de neoliberalismo global fue escurrido lo muy poquito que de democrático tenía el capitalismo; fue arrasado lo que de liberal tenía la civilización política moderna y fue desnaturalizado casi todo lo que de pródigo y amable tiene la naturaleza. Y como si fuera poco, los sueños de una revolución social fueron secuestrados por los guerreros. Entonces si en el pasado hay mentira, engaño y falsedad y en el futuro no hay certezas, cómo no van a producir miedo.
Para los deseos, para la voluntad, para el orgullo, para el ingenio y para la cultivada inteligencia de los inquietos movilizados, el mundo que les espera es muy poca cosa. Sienten que su soberanía está en vilo, su autonomía limitada, su inteligencia y su ingenio desaprovechados. Solo les queda su voluntad sin complejos, desinhibida, sin miedos.
La protesta desde el 21N expresa la frustración acumulada y encerrada. En ella explota la resignación a ver el mundo que puede ser propio a través de la vitrina, sabiendo que lo que hay adentro se ha fabricado a costas de su propia ruindad, sabiendo que ese mundo se puede construir de otra manera y con otra ética.
Es la frustración la que se moviliza; el miedo al fracaso existencial es lo que está ocupando la calle; el miedo a que la potencia vital se extinga sin usarla es lo que alienta el desasosiego y “la ansiedad anticipatoria”. Y no se crea que es solo una inquietud de los jóvenes por su propio futuro; es por el de ellos y por el de todos los que han sido y los que serán; y es también la incertidumbre de los viejos, no por ellos sino por su progenie; es, en fin, el miedo al futuro de los que no se resignan a ver el mundo desde la vitrina y desde la ventana.
Por lo demás, las movilizaciones ponen en práctica la democracia directa, la democracia peripatética; esa misma que está escrita en la Constitución del 91 no como sustituto de la democracia representativa, sino como complemento; esa misma que se está movilizando por fuera de los cenáculos donde la Constitución está enjaulada; esa que tiene como lugar la calle física y la calle virtual, el ágora físico y virtual, la plaza pública: allí donde se expresa la opinión desde abajo y no desde arriba, la opinión del público y no para el público.
Nota
Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.
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