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    Las pandemias en la globalización contemporánea

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    Las pandemias en la globalización contemporánea

    Por: Ana Sojo

     

    Hace algunos años, la Organización Mundial de la Salud actualizó una hoja de ruta de enfermedades transmitidas a los humanos por otras especies, cuyo estudio consideraba prioritario para evitar una pandemia, y advirtió sobre el riesgo de que un patógeno desconocido, en ese marco epidemiológico, provocase una seria epidemia mundial. El conocimiento científico ciertamente avanzó en aquella dirección, pero la certeza de la amenaza no permeó adecuadamente los sistemas de salud ni las políticas sanitarias nacionales, ni la colaboración internacional.

     

    Se hubiese requerido una fuerte inversión en infraestructura sanitaria, reestructuraciones en la dotación del personal, diseño y gestión de módulos flexibles de atención para diversos escenarios pandémicos, y una visión acerca de las interacciones trasnacionales y de los gobiernos nacionales con los subnacionales y locales, para estar a la altura de una respuesta sistémica en lo preventivo y en la mitigación y atención de salud concomitantes.

     

    Mas aún, una amplia y diversa gama de factores idiosincráticos debilitó a muchos sistemas de salud del mundo: sobreajustes del financiamiento debido a crisis económicas y políticas; implantación de idearios neoliberales que propugnaban una mercantilización de los riesgos de salud y el quebrantamiento de la solidaridad y la universalidad como principios rectores; dualización del mercado laboral y debilitamiento de los sistemas contributivos; prestaciones no contributivas con prestaciones muy limitadas; en escasos casos, desmesuradas remuneraciones y otros pagos al personal de salud que coartaban mejoras de infraestructura y un uso equilibrado de los recursos.

     

    Paradoja de la globalización, el epicentro de la covid-19 ocurrió en uno de los incontables intersticios del mundo en que conviven las lógicas contradictorias de lo local y de lo global; en este caso, en una fricción que resultó letal: un mercado de animales salvajes vivos sucios y hacinados, junto a animales muertos y verduras, dentro de una moderna ciudad china densamente poblada.

     

    Aún en países ricos, la peste sorprendió perplejos a numerosos sistemas de salud sin dotación de equipos adecuados, incluso para proteger a la primera línea hospitalaria y para brindar la escala de atenciones indispensables a pacientes graves y de lenta recuperación. La economía mundial está sumida en un shutdown de incierto desenlace; los ciudadanos del mundo están masivamente sometidos a choques del mercado laboral al perder ingresos, trabajo y certidumbres.

     

    La «tenaza glocalizada» del virus

    La escala de los riesgos pandémicos y las limitaciones de la capacidad de respuesta están entrelazadas con procesos globalizadores que es preciso destacar. Paradoja de la globalización, el epicentro de la covid-19 ocurrió en uno de los incontables intersticios del mundo en que conviven las lógicas contradictorias de lo local y de lo global; en este caso, en una fricción que resultó letal: un mercado de animales salvajes vivos sucios y hacinados, junto a animales muertos y verduras, dentro de una moderna ciudad china densamente poblada, pletórica de extravagantes y ricos edificios modernos, de autopistas y raudos transportes terrestres y aéreos, que la conectan con el resto de China y el mundo. Pertinente analizarla con el término «glocalización», acuñado por Marramao para designar fenómenos estrechamente interdependientes en donde confluyen lo global y lo local: en esa fricción entre tradición y uniformidad global, el virus de un murciélago saltó las barreras de la uniformización técnico-económica y financiero-mercantil de Wuhan y se proyectó, voraz, a escala planetaria.

     

    Al igual que otros graves fenómenos como el calentamiento global, esta «tenaza glocalizada» del virus debe ser enfrentada, en último término, por estados nacionales cuyas agencias y organismos han sido expropiados de parte sustancial de su poder y capacidad de acción y control por fuerzas supranacionales globales y extraterritoriales; se enfrentan déficits de poder y de capacidad coactiva ante fuerzas emancipadas del control político.

     

    En los términos de Zygmunt Bauman: los países, las asociaciones de países como la Unión Europea, las entidades territoriales, y las ciudades pueden constituirse en «vertederos de problemas y de retos generados en el plano global» cuando ellos, por su origen, lejos están de poder ser encarados con los instrumentos políticos de los que se dispone. Estas complejas constelaciones parecen poner sobre el tapete la necesidad de reunir nuevamente el poder y la política, lo cual en un mundo global significa «la formidable tarea de elevar el nivel de la política y de la importancia de sus decisiones a cotas completamente nuevas, para las que no existen precedentes».

     

    Como ahonda Beck, el Estado nacional ya no provee un marco de referencia que abarque y contenga los significantes fundamentales y las respuestas políticas pertinentes ante los riesgos globales. Las transformaciones históricas de la globalización reciente han diluido la distinción entre lo nacional y lo internacional, dentro de un espacio de poder aún confuso, que podría denominarse «política mundial interna». Tal metapoder implicaría una nueva negociación de lo nacional y lo internacional, que se replantee tanto la concepción tradicional de las fronteras de los estados nacionales como también el papel de la economía mundial y del Estado, de los movimientos de la sociedad civil que actúan de manera trasnacional, de las organizaciones supranacionales, y de los gobiernos y sociedades nacionales.

     

    La crisis pandémica puede debilitar y minar la legitimidad de los Estados si se experimenta «la enojosa, exasperante y degradante sensación de haber sido condenados a la soledad frente a los peligros compartidos» (Bauman), en este caso ante la enfermedad, la muerte y la caída brutal de los ingresos

     

    La magnitud de los problemas a encarar en el marco de la globalización, las restriccio¬nes de los Estados nacionales para actuar ante ellos, la individuación mercantil de los riesgos y la relativa desorganización social y deslegitimación institucional de algunos sistemas políticos, han llevado a un relativo descrédito de lo político como constitutivo de lo social. En las últimas décadas, y en estas confusas circunstancias, las respuestas políticas carenciales ante un mundo sometido a magnas y radicales transformaciones han abierto espacio al populismo y al chovinismo.

     

    Bauman relaciona la incertidumbre y la vulnerabilidad humana, que generan miedo y ansiedad, con el fundamento de cualquier poder político; la legitimidad del Estado puede basarse en la promesa de mitigarlas, mientras que el mercado las exacerba. Citándolo, por su magnitud, la crisis pandémica puede debilitar y minar la legitimidad de los Estados si se experimenta «la enojosa, exasperante y degradante sensación de haber sido condenados a la soledad frente a los peligros compartidos»; en este caso, ante la enfermedad, la muerte y la caída brutal de los ingresos y la incertidumbre laboral, cuando las personas literalmente están desbordadas «por el exceso de contingencia que afecta a su presente» (Cruz, 2012, p. 234). Debe reconstruirse una democracia, un nosotros que se hace cargo del sufrimiento y de la fragilidad humana, lo cual exige un titánico esfuerzo por recuperar y consagrar valores como la solidaridad y la justicia en las políticas y en el vínculo social. La promesa de ese porvenir debe cimentarse, desde ya, en cómo se emprende la lucha sanitaria contra la pandemia, y en las medidas socioeconómicas para proteger del shock a las personas.

     

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