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    En busca de sentido

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    En busca de sentido: ¿Esperanza o resignación?

    Por: Rafael Rubiano Muñoz

     

    Sin duda, uno de los conceptos de las ciencias sociales más golpeados en el contexto de la «pandemia», y por ende del «confinamiento» y del «aislamiento», es el de sociabilidad o el de las formas de socialización. Para la sociología clásica o contemporánea, las relaciones sociales son constitutivas de la integración o destrucción de las formas de sociedad. Es muy cierto que, en la historia intelectual de la sociología en el siglo XX se puede comprender que individuos y colectividades, violencias y sociedades, conflictos e instituciones sociales no son categorías antinómicas sino, por el contrario, dialécticas. 


    De igual manera, se puede decir de las tragedias y de las catástrofes, de las hecatombes y de las destrucciones individuales o masivas, que ellas —como algunas otras tantas— no se oponen o se contrarían con lo social, sino más bien, como la cara de Jano, hacen parte de una misma esencia. A los momentos de infelicidad del hombre, le sigue el progreso y el crecimiento cuántico y cualitativo de la humanidad. Y en el anterior sentido, así lo concibió el pensador alemán Walter Benjamín, y muchos de su generación de la Escuela de Frankfurt: «No hay documento de la civilización que no sea al mismo tiempo de la barbarie». De modo que, la pandemia, contrario a un sentir común, que supone el aniquilamiento de una civilización, lo que nos ha generado es un reevaluar —tiempo, espacio, relaciones— y al mismo tiempo redescubrir curiosamente nuestra esencia humana, nuestras flaquezas y debilidades; así mismo, nuestras fortalezas o consistencias físicas y mentales.

     

    La relación crisis y catástrofes, permitió que algunos intelectuales —en sentido amplio—, como sucedió después de la Primera Guerra Mundial y del ascenso de los regímenes totalitarios, se ocuparan vocacionalmente con conceptos como el de la libertad, la justicia, la solidaridad, la conciencia, pero particularmente con el de la felicidad, la ilusión y la esperanza.


    En la actualidad, la pandemia ha colocado de nuevo al hombre en el centro de su pensamiento y de su acción, se ha retrotraído interna y externamente, concentrado en repensar sus expectativas y alternativas. La relación crisis y catástrofes, permitió que algunos intelectuales —en sentido amplio—, como sucedió después de la Primera Guerra Mundial y del ascenso de los regímenes totalitarios, se ocuparan vocacionalmente con conceptos como el de la libertad, la justicia, la solidaridad, la conciencia, pero particularmente con el de la felicidad, la ilusión y la esperanza, basta señalar al respecto a Ernst Bloch1 y otros.
     

    Este es un momento en que, pese a las desdichas y a los sentimientos desgraciados, la empatía del hombre consigo mismo y, en especial, con el planeta y la naturaleza circundante va a retornar cuestionando radicalmente el pasado —lo que se ha destruido y aniquilado, para potenciar lo que está por crearse e inventarse—, por reanudar lo que Hannah Arendt y Max Horkheimer denominarían como el diálogo del presente al pasado, para indistintamente, y con esa comunicación, abrir paso a la añoranza de lo completamente otro.


    El sociólogo Adorno en confrontación con Hegel, quien en su visión de la Historia Universal había expresado que: «los momentos felices son las páginas vacías de la historia», advirtió que este pesimismo vaciaba la historia humana de toda alternativa y posibilidad. De ser ello así, no tendría sentido vivir la vida y menos aún contar con instituciones tan invaluables como las universidades, centros de producción de expectativas, anhelos, esperanzas e ilusiones. De ahí que la universidad hoy debe estar abierta mediante la virtualidad y esa es la misión incuestionable de nuestro quehacer: brindar esperanza. Aquí se quiere expresar que la historia no está completa —está por completarse— y que las páginas de la historia, así estén llenas de tragedias, también pueden estar escritas con logros y felicidades satisfactorias. Basta potenciar para ello la imaginación y colocarla en acción.

     

    La historia intelectual de América Latina no ha estado exenta de avivar la esperanza y de «mantener la antorcha encendida y llegar con ella hasta la muerte», como lo planteó el mexicano Alfonso Reyes. En una escueta pero significativa tradición, que va de Juan Pablo Viscardo y Guzmán a Simón Bolívar, de Baldomero Sanín Cano a Pedro Henríquez Ureña, quienes han nutrido a los más contemporáneos escritos latinoamericanos del siglo XXI, se pueden hallar los héroes de la esperanza, opositores acérrimos de la resignación.

     

    1. Ernst Bloch. Huellas. Madrid: Técnos-Alianza. 2005.

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